La Presidenta y el tiempo que queda

Fue valioso que la Presidenta Bachelet dijera en su tercer Mensaje que hay que tomarse muy en serio el crecimiento económico: “De ello depende –afirmó-, que haya más y mejores empleos, más prosperidad, que podamos ampliar nuestros derechos y oportunidades. Sin crecimiento sostenido el progreso social termina siendo una ilusión”. En esa línea, propuso establecer un pacto por el crecimiento que se sostenga en “el complemento entre el Estado y el sector privado, y entre empresarios y trabajadores”.

Tiene razón la mandataria al decir que el progreso social puede terminar siendo una ilusión si la economía no crece lo suficiente. No haberlo tenido claro desde el principio fue el origen de muchas de las actuales dificultades: el diseño de la primera reforma tributaria se efectuó como si el crecimiento estuviera asegurado, y las consecuencias fueron lamentables.

Es de esperar que el pacto que anunció se traduzca en políticas coherentes que favorezcan la inversión, el crecimiento y el ahorro. El país necesita hacer un gran esfuerzo para que no aumente el desempleo, que es el mayor temor de miles de compatriotas.Frente a un padre cesante, el discurso de la justicia social vale muy poco.

La dinámica de la economía, como sabemos, no depende únicamente de factores endógenos, sino que está determinada en gran medida por la marcha general del país, el clima social, la estabilidad institucional, la confianza o desconfianza que prevalezcan. Allí está el nudo de los problemas que enfrenta el gobierno.

Lo concreto es que las reformas impulsadas por el gobierno concitan un gran desacuerdo de la población, como lo muestran todas las encuestas. Y qué decir de la incertidumbre que provoca el llamado proceso constituyente que nadie sabe bien en qué terminará. Ese es un elemento que obstaculiza el crecimiento económico, como queda demostrado por el hecho de que los ministros Burgos, Valdés e Eyzaguirre han tenido que tranquilizar a los empresarios diciéndoles –antes de los cabildos-, que el derecho de propiedad no se verá alterado.

Al gobierno le hizo mal el entusiasmo refundacional que se expresó en la ansiedad por aplicar el programa a paso de carga, lo cual fue estimulado por la sensación de poder que se apoderó de la coalición gobernante al conseguir el control de la Cámara y el Senado. Fue la sensación de que impondría su voluntad en todos los terrenos. Hubo una especie de fascinación legislativa que se expresó más o menos así: “aprobada la ley, resuelto el problema”.

Sin embargo, la experiencia revela que la aprobación de una ley es apenas el comienzo del proceso por mejorar las cosas. Hay que precisar cómo se implementa, qué efectos produce, cuáles son los desajustes entre el texto y la realidad, en definitiva, si sirvió o no sirvió. Y las leyes mal hechas crean más problemas que los pretendían resolver.

Se habla hoy  que la educación pública se verá beneficiada por la desmunicipalización y la creación de servicios locales de educación. Ver para creer. La instalación de nuevas instancias estatales es un proceso largo y complejo. Habrá que ver cuánto incidirá el cambio de dependencia administrativa de los colegios públicos en el mejoramiento de la calidad de la enseñanza.

El gobierno ha cometido demasiados errores. Lo importante es saber si ha extraído enseñanzas de ello. Debería estar claro, por ejemplo, que el Estado no lo puede todo, que no tiene plata para todo, y que por lo tanto debe focalizar bien los recursos, no despilfarrarlos ni darles un destino tan dudoso como el del aporte de US$ 100 millones a TVN.

Dentro de un año y cinco meses, elegiremos nuevo Presidente de la República, además de nuevo Congreso. Se puede decir, entonces, que ese es el tiempo útil que le queda a la Presidenta para poner orden en las iniciativas impulsadas por su gobierno. Ello implica acotar las prioridades, descartar proyectos para los cuales no hay tiempo ni recursos y preocuparse del balance final que mostrará en las áreas en que se mide el progreso del país, en particular la calidad de vida de las personas: salud, educación, empleo, seguridad ciudadana, previsión, etc. El realismo es, pues, una exigencia absoluta.

El gobierno necesita generar confianza, lo que supone asegurar el imperio de la ley en todo el territorio nacional, incluida la Araucanía. No puede haber contemporización con los grupos violentos, con los encapuchados de cualquier signo. Si el gobierno muestra flaquezas en el terreno de la seguridad interior, pagará un alto costo de autoridad ante el país.

Por desgracia, entre algunos dirigentes oficialistas sigue campeando la retórica demagógica. Juan Pablo Letelier, senador del PS, dijo el sábado 21 en El Mercurio: “Este 21 de mayo, la Presidenta Bachelet tiene que honrar a Arturo Prat y no arriar la bandera, aunque la contienda sea desigual. Hay que seguir adelante con el programa”. Cuánta vulgaridad e inconciencia concentradas.

¿Es que el gobierno se encuentra en guerra? ¿Y que hay chilenos que son enemigos? ¿Y que la Presidenta debe inmolarse? ¿Se da cuenta Letelier del efecto deplorable de sus palabras.

Esa misma visión rudimentaria es la que aconseja a la Presidenta que se preocupe únicamente del 25% que aprueba su gestión y se olvide del 65% que la desaprueba, porque lo importante es “sostener a los leales”. Con consejos de esa clase, se vuelve casi imposible remontar las dificultades.

Ojalá la Presidenta enfrente la última etapa de su gobierno con riguroso sentido de la realidad, con plena conciencia de que la mayoría de los chilenos quiere seguridades básicas para organizar su propia vida. Esa mayoría no quiere castillos en el aire, que tarde o temprano se derrumban. Quiere reformas bien pensadas y cambios que mejoren lo que existe. Más que discurso progresista, progreso real.

Desde Facebook:

Guía de uso: Este es un espacio de libertad y por ello te pedimos aprovecharlo, para que tu opinión forme parte del debate público que día a día se da en la red. Esperamos que tus comentarios se den en un ánimo de sana convivencia y respeto, y nos reservamos el derecho de eliminar el contenido que consideremos no apropiado