La soberbia de la autocomplacencia

Los errores del gobierno piñerista frente a la pandemia del Coronavirus han sido garrafales, pero sus integrantes siguen actuando como si nada hubiera pasado, imperturbables, en sus voceros y autoridades no hay voluntad de querer asumir las responsabilidades políticas que les corresponden ante el descalabro económico y social que provocaron.

Por el contrario, su versión continúa plagada de la soberbia autocomplacencia, una infundada creencia de ser infalibles, que les llevó a tomar decisiones que dañaron duramente las condiciones de vida de millones de familias. En particular, las autoridades del sector económico son absolutamente impermeables y las que tienen una responsabilidad inexcusable.

La justificación favorita de esta promoción de nuevos Chicago-boys resulta ser una completa falacia, el “populismo”, y después se asilan en el argumento que durante abril, mayo y junio negaron los recursos monetarios que las familias necesitaban con urgencia y luego, a mediados de junio, asignaron al Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) un monto minimizado por diversos descuentos y con un mecanismo de asignación engorroso y excluyente, porque sus decisiones debían regirse por la racionalidad y no por “los sentimientos”.

Ese es un burdo engaño, fueron cegados por una errada defensa dogmática, a ultranza de intereses de grandes volúmenes financieros como las AFP, sin razonar y asumir la realidad, es decir, que desestabilizaban el sistema en su conjunto, por su insólita porfía de prolongar las penurias de las grandes mayorías, de no querer prestar el apoyo del Estado cuando era urgente e indispensable, por eso, cometieron errores garrafales. No son hombres de Estado incomprendidos, por el contrario, son rígidos tecnócratas que actuaron sin humanismo alguno.

Además, al encerrar a la mayoría de la población sin ingresos, frenar el aparato productivo y el comercio, convirtieron la crisis sanitaria en un descalabro económico y social agravando los dilemas estructurales del país, en especial, una enorme y galopante cesantía. En este caso, es válido el refrán que dice que “los cuidados del sacristán mataron al Sr. cura”. El dogmatismo lo puso al borde del colapso.

Su conducta no tiene que ver con el inevitable surgimiento de emociones, angustia y dolor que en la situación fueron creándose por la extensión del COVID 19 y la inacción del gobierno ante la gigantesca cantidad de personas contagiadas en mayo y junio determinando un crecimiento del número de fallecidos que generó angustia y desamparo en la comunidad nacional, ante una situación que el gobierno no fue capaz de asumir y comprender.

La estrategia piñerista configuró un descalabro que hizo brotar en forma inevitable intensos sentimientos que son parte del proceso y del desafío a resolver. La razón es evidente, desde la crisis del 82-83 que las consecuencias de las políticas públicas no provocaban una catástrofe como la que ha recaído sobre la mayor parte de la población.

Por eso, como las familias no aguantaban más se aprobó el retiro del 10% de los ahorros de las AFP, la presión social alcanzó tal envergadura que la derecha se quebró y la aprobación parlamentaria saltó la barrera de los 2/3 tercios en ambas Cámaras del Congreso Nacional.

La orfandad política y social de la tecno burocracia gubernamental tuvo niveles insospechados, pero no aprendieron ni abandonaron su postura soberbia y mesiánica. Ahora, quieren repetir la experiencia haciendo lo mismo que fracasó y reclaman que se abandone el “gallito político”. Increíble.

Aún no asumen que la enorme cantidad de empleos perdidos y la cesantía consiguiente, la cuarentena que obliga a los grupos familiares a la inactividad sin ingresos y producto de ello el empobrecimiento de los hogares, la angustia ante las necesidades y el hambre en muchas casas que no habían conocido este tipo de privaciones por la estabilidad vivida en 30 años de democracia, todo ello configura una situación inédita que exigía otra respuesta, guiada por la voluntad de transferir recursos monetarios a la población.

La mezquindad del gobierno lo impidió y las familias han pasado penurias que no habían conocido, que permanecían en los miedos subyacentes de la más antigua generación, pero no en las vivencias de las fuerzas activas del presente productivo del país. Ahora lo saben porque Piñera y su gobierno fallaron en resguardar la seguridad de la población y el interés superior del país. Ese es el punto esencial que el gobernante y su gabinete eluden en forma sistemática.

El hecho más notorio de su incompetencia y divorcio con la realidad del país ha sido el retiro del 10% de los fondos de las AFP. En menos de un mes se han retirado más de 10 mil millones de dólares de unos 8 millones de personas, aliviando a las familias y generando un efecto de reactivación de la economía de tal impacto que ahora un funcionario de gobierno se jacta que se ha producido un “récord mundial”.

Ahora se suben al carro de los festejos, pero ayer no dudaron en lanzar una de sus típicas campañas de miedo, de esas que acostumbran a usar sin ningún escrúpulo ni respeto por la verdad.

Pero siguen empapados de soberbia, como si no tuvieran una deuda gigantesca con el país. Uno de ellos dice que “mi popularidad me da lo mismo porque no tengo un objetivo de ser candidato a nada”. Esa es la gran mentira. Los tecnócratas son permanentes postulantes si es que la palabra “candidato” les irrita a los puestos de influencia, mando y privilegios en la poderosa tecno-burocracia de la forman parte y a la que dedican su existencia.

Esta casta social es poderosa y se ramifica en una estructura globalizada, así mantiene vínculos y conexiones gravitantes desde ámbitos variados y, a veces, impensados sectores, por cierto, desde los consorcios económicos y, en particular, de los puestos de directores que representan y deciden por los controladores, naturalmente que desde los gobiernos, sin subvalorar los roles académicos y mediáticos que influyen con publicaciones y artículos, supuestamente neutros e imparciales.

Tampoco hay que olvidar ni desdeñar los organismos internacionales donde se congregan los “fundamentalistas de mercado”, como lo demostró en forma fehaciente el Premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, organismos que en el ámbito global deciden cuantiosos y muy anhelados préstamos o inversiones y que dictan a los Estados normas y reglamentos que pasan incluso por encima de la soberanía de los países.

Nada de aquello resulta “ad honorem”. Decir esto último no es una ofensa ni un menoscabo, es una realidad, incluso debo decir que, en diferentes ocasiones, una función internacional se convierte en un recurso inevitable para expertos o profesionales que han afectado desde sus responsabilidades fiscales los intereses económicos de los grupos privilegiados.

De modo que no son las candidaturas que deben presentarse y competir frente al ejercicio de la soberanía popular lo que preocupa a los integrantes de la tecno-burocracia, su atención se dirige a un grupo indeterminado, en buena anónimo e inubicable, pero efectivo, cuya voluntad impera en esa frondosa red de vínculos y vasos comunicantes que decide el ascenso o el descenso de un tecnócrata en esa tupida jungla de egos “rápidos y furiosos”.

En esa lucha de egos e imágenes el desprecio a lo popular es parte de una actitud ideológica de menoscabo a la voluntad de las mayorías y de una infundada pretensión de infalibilidad que hace de la tecno-burocracia un actor inclinado en forma permanente a los gobiernos autoritarios, las soluciones de fuerza o al recurso de las dictaduras.

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