Este 18 de octubre, Chile cumple un año de rebeldía y no da señales de acabar. Aunque el confinamiento por Covid19 sacó las protestas masivas de las calles, la rebelión continúa por medio de otras prácticas que se oponen a las distintas formas de poder, explotación y opresión, como ollas comunes, redes de solidaridad, cooperativas de consumo y vivienda, comedores populares o redes comunitarias de atención sanitaria.
Estas prácticas de resistencia laterales (Calveiro, 2019) se despliegan en espacios controlados (como muchas poblaciones), convirtiéndolos en ámbitos resistentes y alternativos con respecto a las redes hegemónicas.
Y crean, a través de sus acciones cotidianas, un espacio social para una subcultura disidente (Scott, 1990). Todas estas acciones tienen la potencialidad de construir sujetos colectivos resistentes, de desarrollar otras formas de lucha, y de tener una experiencia revolucionaria que sea el germen de cambios mayores.
El ensayo de estas relaciones, distintas a las naturalizadas por el modelo neoliberal, revela que la sociedad puede ser transformada desde esos espacios locales, incluso estando en cuarentena y con un largo e inexplicable toque de queda.
Octubre nos recuerda que ya no somos los/las mismos/as que callamos en el pasado y por eso salimos a las calles mostrando que continuamos en rebeldía con mascarilla o capucha. También nos trae un plebiscito en el que diremos que queremos aprobar el cambio de la Constitución por medio de una Convención Constituyente.
Pero la ilusión de terminar con la Constitución de Pinochet y construir colectivamente las normas que definirán los fundamentos de nuestra sociedad, se ve opacada por algunas memorias.
Nos acordamos de otro plebiscito en otro octubre, en el que con enorme mística y esperanza votamos para derrocar la dictadura cívico-militar de Pinochet, encontrándonos luego con una desilusionante transición que no cumplió sus promesas de libertad, justicia y transformación social.
Al recordar, pasado y presente se funden borrando los años transcurridos y los escenarios transformados. Las ataduras que las elites políticas acordaron para el proceso constituyente nos recuerdan ese otro plebiscito y la transición pactada, donde a pesar de ganar el NO a Pinochet, no derrocamos su dictadura.
Las memorias colectivas nos permiten comprender el presente y pensar formas de acción diferentes. No estamos en 1988. Podemos usar nuestras memorias indignadas por las trampas de la transición en fuente de resistencias que nos liberen de la condena de repetir el pasado.
La memoria hegemónica señala que las luchas radicales acaban mal, mientras nos llama a sostener una unidad táctica que presenta la estabilidad y el horizonte. Es momento de liberarnos de esa versión del pasado que nos constituyó en sujetos temerosos y resignados, construyendo memorias resistentes que abran otros futuros posibles.
Llevamos un año de rebelión y el Estado insiste en perseguir, golpear, torturar mutilar y asesinar. Pero transformamos las memorias del miedo en indignación, apelando a recuerdos de luchas pasadas que nos devolvieron la fuerza y el placer de la acción colectiva, de la solidaridad, de apropiarnos de nuestros territorios, y el entusiasmo activo de luchar por un mundo mejor.
Sabemos que la historia es nuestra y la hacemos nosotros/as. Este plebiscito no transformará radicalmente nuestra sociedad, pero que sí va acompañado de rebeldías y resistencia, de movilizaciones ciudadanas y luchas anti neoliberales, puede crear las condiciones que lo harán posible.
Nos sabemos capaces, como sociedad, de reescribir las memorias este presente en clave de transformación, solidaridad y esperanza, hasta que la dignidad se haga costumbre.
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