La tensión del conflicto será parte de la atmósfera de la Constituyente. Y eso no es nuevo, porque la lucha es condición permanente de la humanidad para su progreso social y contra el abuso. Pero la gracia histórica, al hacer una Constitución, ha sido la de los pueblos que supieron resolver la tensión en el diálogo y no en la fractura. El diálogo no niega el conflicto. Pero una Nueva Constitución no es la Revolución. Su origen reside en la movilización del pueblo chileno y su escritura debe hacerse en la serenidad, sin enceguecernos con el enamoramiento de nuestras propias ideas, como me equivoqué yo mismo tantas veces en política. Necesitamos que los justos derechos que anhela nuestro país no nos confinen en propuestas de sectas cerradas. La oportunidad de una Nueva Constitución debe ser el marco general de reglas de profundos derechos comprometidos, que se irán concretando después, por medio de la ley y de los gobiernos, por mandato y representación popular.
Por eso es que, esperanzado de no repetir nuestras historias fallidas, me reconfortan las conclusiones antimaximalistas que en estos días escucho en los diversos debates que hacemos por el lanzamiento de mi libro "Mi encandilamiento Comunista". Temo que hoy, como yo hace años, algunos hagan política llenos de ilusiones, soñando alcanzar el cielo con las manos. Me resuena el riesgo de ese encandilamiento con que título mi libro, cuando fascinado hace 50 años creí que con la idea del socialismo había visto la luz, la solución de la injusticia social y el fin de los abusos y de la explotación de unos sobre otros. No escribo con el anticomunismo del converso, porque en mi convive un orgullo autocrítico de esa historia con el PC. Me encandilé. Porque junto a muchos jóvenes que no sufríamos problemas económicos, me convencí de que, con la caridad de nuestro catolicismo de buen colegio pagado, solo ayudábamos a los pobres, pero no pondríamos fin a la pobreza, por tanto, nos sumamos a la revolución. Con esa pasión nos enceguecimos. Quisimos incendiar el mundo y no solo la Plaza Italia. Después enfrentamos orgullosos a la dictadura a pesar de la cárcel y la tortura.
Pero, así como antes, creíamos poder imponer las ideas para gobernar y después para botar la dictadura, hoy me inquietan las voces de distintos grupos que quieren llegar a la Convención Constitucional con una constitución a su pinta. Algunos no quieren ceder nada, como yo no cedía con el programa del Presidente Allende, a pesar de que el PC era el más flexible y no ultraizquierdista. Por eso me estimulan las reflexiones que genera el libro de mi experiencia militante por la justicia social y me motivo a buscar nuevas formas de hacer política, buscando acuerdos, para las justas exigencias del Chile de hoy.
La Constitución no debe ser la Carta que le gusta a un solo sector. Eso es lo que hizo Guzmán-Pinochet. Las democracias tienen constituciones para que el pueblo, en elecciones libres, elija la forma de gobierno que el soberano quiere.
Me dicen mis lectores que podemos aprender de "Mi encandilamiento comunista" porque esa historia de sectarismo, de unilateralidad, de disciplina ciega, fue mal de muchos y hoy día de varios. No debilita nuestra vocación social ser radicales exigiendo derechos, pero moderadamente en lo político. Evolucionar, en un diálogo que asume no ser dueño de la verdad, aceptando que en la Nueva Constitución no se podrá escribir todo lo que queremos. Así conseguiremos que el espíritu de diálogo pueda ser real y no poesía. Las constituciones que le dan el gusto a un solo sector son las de las Dictaduras.
El sentido de comunidad debe ser el centro de la inspiración para construir el clima que escribirá la Constitución. Una Constitución debe ser la Carta de todos y no la doctrina de algunos. El sectarismo, en vez de construir comunidad aumenta la división, el clasismo, las barreras, la violencia y no consigue el cambio.
Esperemos que, así como aprendemos de cómo hemos avanzado y también fallado en estos 30 años, aprendamos también de lo ocurrido hace solo 50 en nuestro Chile.
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