Parte la carrera presidencial

Enero acelerará la configuración del cuadro de candidatos presidenciales. El 7, el PR proclamará a Alejandro Guillier. El 14, el PPD proclamará a Ricardo Lagos. El 21, el comité central del PS adoptará una definición al respecto. El 28, la DC efectuará su Junta Nacional, en la que resolverá si levanta un candidato propio o respalda a otro. En la centroderecha, seguramente crecerá la presión para que Sebastián Piñera aclare si competirá o no.

¿Cuántos candidatos habrá en noviembre? Probablemente más que en 2013, cuando compitieron 9. En su última edición, la revista Qué Pasa identificó a 27 presidenciables. Sin embargo, todo el mundo sabe que la disputa real de la Presidencia se concentrará en un par de nombres: el representante de la centroderecha (o de su segmento mayor) y el de la centroizquierda (o de su segmento mayor); lo decimos así, ya que puede haber quiebres y deserciones a uno y otro lado.

Todo el mundo está pendiente de las encuestas, pero más vale no sacar conclusiones apresuradas sobre los datos que entregan. Recién empiezan a decantarse las candidaturas, es demasiado alto el porcentaje de personas que no se pronuncia y todavía es temprano para preguntarles a los encuestados cómo votarían si la elección fuera el próximo domingo. El mayor reto de los postulantes será establecer comunicación con los ciudadanos que son escépticos sobre el valor del sufragio, tienen mala opinión de los políticos, o simplemente no se interesan por estos asuntos.

Algunos diputados oficialistas, ansiosos por ser reelegidos, dicen que lo importante es elegir un candidato presidencial “competitivo”, y por tal entienden que sea empático, popular y buena onda (para que les ayude en sus propias campañas).

O sea, las ideas serían lo de menos, pues lo que vale es la sonrisa fácil. Es obvio que los candidatos presidenciales necesitan conquistar adherentes, pero este no es un concurso de simpatía. Es indispensable que los postulantes cuenten con los atributos morales, intelectuales y políticos para ejercer el cargo más importante del país. ¡Estamos hablando de elegir al Jefe del Estado!

Lo que hacemos en una elección presidencial es entregar un voto de confianza a una persona para que, si llega a La Moneda, conduzca el gobierno con buen criterio. Por lo tanto, es vital que esa persona resguarde el interés colectivo, defienda las instituciones de la República, no ceda a las presiones corporativas, promueva el esfuerzo personal como base del progreso, batalle contra todas las formas de corrupción y no pierda la cabeza en los momentos difíciles.

El país necesita que la campaña presidencial ayude a sanear las prácticas políticas. Ello exige en primer lugar defender los fueros de la verdad y la razón en un momento en que ganan terreno los desafueros de la irracionalidad, la mentira, los prejuicios y la demagogia, como lo hemos visto en EEUU y Europa.

Precisamente por eso, los chilenos tenemos que reafirmar la adhesión a los valores de la democracia, cuyo núcleo es la cultura de los derechos humanos. Nada está nunca asegurado, y por lo tanto debemos defender sin ambigüedades el marco legal que nos protege a todos. No hay espacio para aventuras o experimentos que debiliten el Estado de Derecho.

¿Cómo mejorar la política? Por ejemplo, rechazando la tendencia a insultar en lugar de razonar, a rebajar al adversario en vez de contradecirlo con argumentos. Debemos oponernos a las simplificaciones y estigmatizaciones que socavan la base ética de nuestra convivencia, como queda ilustrado con la corriente de rabia anónima que envenena las redes sociales. Tenemos que preocuparnos de que la sociedad no retroceda en términos de civilización.

La campaña presidencial tendrá lugar en un contexto internacional inquietante debido a la llegada de un hombre tan peligroso como Donald Trump a la presidencia de EE.UU. ¿Cómo pudo pasar eso? Es lo que en ese país se preguntan muchas personas, que no ocultan sus temores por lo que pueda venir.

A propósito de ello, el economista estadounidense Paul Krugman (premio Nobel de Economía 2008), sostuvo lo siguiente: “Hay que estar deliberadamente ciego para no ver los paralelismos entre el auge del fascismo y la actual pesadilla política” (El País, 23/12/2016).Krugman es un hombre ampliamente respetado dentro y fuera de EE.UU., y seguro que le toma el peso a las palabras cuando afirma que “la democracia estadounidense se encuentra al borde del abismo”.

El mundo puede volverse más inseguro, y eso implica que Chile adopte precauciones para defenderse eficazmente de las eventuales turbulencias, en alianza con las demás naciones de América Latina. Para ello, necesitaremos un gobierno coherente, con visión estratégica, que sepa escuchar a los ciudadanos, pero que a la vez ejerza la autoridad, haga cumplir las leyes y les explique a los ciudadanos que los derechos y los deberes van de la mano. No serán fáciles los próximos años, sobre todo en el terreno económico, por lo que el próximo gobierno necesitará una disposición constructiva de quienes estén en la oposición.

Es innegable que la centroderecha tiene una clara opción de volver a gobernar, y en ello influyen las frustraciones de mucha gente ante la gestión del actual gobierno. La Presidenta Bachelet merece respeto por supuesto, y es deseable que termine su mandato en las mejores condiciones posibles, pero el país requiere un cambio de rumbo y otra manera de gobernar.

En tal contexto, ¿tiene alguna chance la centroizquierda en la elección presidencial? Solo si extrae enseñanzas de los errores de diagnóstico, las improvisaciones y los desatinos de este período. Chile necesita retomar el camino del crecimiento, el ahorro y la inversión, sin lo cual la inclusión social se vuelve retórica.

Hay que fortalecer la colaboración entre el Estado y el sector privado para que el país progrese sobre bases sólidas. Se requiere mejorar la salud y la educación públicas, y avanzar en un acuerdo para mejorar las pensiones. Todo ello exigirá focalizar el gasto público, no dilapidar los recursos que pertenecen a todos. 

La centroizquierda solo podrá competir con posibilidades de éxito si ofrece una alternativa creíble de buen gobierno, que inspire confianza a la mayoría del país. Eso significa consolidar lo que funciona bien, pero no dudar en corregir lo defectuoso y enderezar lo torcido.

Con paciencia naturalmente, en diálogo con la sociedad, que es lo que exige la racionalidad democrática. Es difícil imaginar a una persona más calificada que Ricardo Lagos para que se haga cargo de una tarea que demandará inteligencia, coraje y capacidad de aunar muy amplias fuerzas.

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