Si Bachelet volviera

Todos los sondeos revelan que la ex Presidenta Bachelet cuenta con un gran aprecio de los ciudadanos. La última encuesta del CEP reveló que su evaluación positiva llega a 82% y la negativa sólo a 5%, de lo que se deduce que hay una disposición favorable hacia su figura que supera las barreras partidistas.

La posibilidad de que ella postule de nuevo a la Presidencia es real. Así lo entienden no pocos candidatos a alcalde de la centroizquierda, que ya han decidido asociar sus campañas a la imagen de la ex Mandataria.

Es muy probable que la elección municipal, que se efectuará dentro de 9 meses, tenga un marcado sello de alineamiento respecto de la elección presidencial del año próximo.

En todo caso, la candidatura presidencial de la centroizquierda debe surgir de una elección primaria abierta, que genere una poderosa corriente de participación popular.

Con cuanta mayor razón cuando se incorporarán 4,7 millones de nuevos votantes a los registros electorales.

Más vale no sacar cuentas alegres. No debe confundirse la aprobación o la desaprobación al gobierno de Piñera con la intención de voto a favor de los partidos de derecha o su posible candidato presidencial.

Lo más probable es que la elección de noviembre de 2013 sea muy disputada, tal como han sido las últimas tres elecciones presidenciales, las cuales han obligado a una definición en segunda vuelta.

De nuevo podría presentarse un postulante que no tenga posibilidades propias, pero que en los hechos ayude a la derecha, tal como sucedió en 2009.

Los electores actúan cada día con mayor independencia y deciden su preferencia poniendo en la balanza múltiples factores.

Aunque lo decisivo es la confianza que inspire el candidato o candidata a la Presidencia, también influye la buena o mala opinión sobre las fuerzas políticas que le acompañen.

De alguna manera, los ciudadanos tratan de imaginar si la persona elegida contará con un equipo cohesionado y coherente para enfrentar los difíciles retos que impone la tarea de gobernar. Y en este punto, la centroizquierda muestra un enorme déficit.

Salvo contadas excepciones, sus parlamentarios, que son los controladores de los partidos, opinantes cotidianos de cualquier cosa, prácticamente dueños de los cupos en el Congreso, generan inmensos recelos en la población.

Por lo tanto, es válido preguntarse si quienes hoy muestran simpatía hacia Michelle Bachelet, la respaldarán lealmente mañana si ella vuelve a La Moneda.

No es gratuito plantearlo si recordamos que durante su mandato anterior, el entonces presidente de la DC, Adolfo Zaldívar, se convirtió en opositor a su gobierno y se asoció con la derecha, seguido por un grupo de diputados que renunció a ese partido; o que varias figuras del PPD se fueron con Piñera y con ME-O; o que dos senadores, un diputado y un ex ministro abandonaron el PS, y dos de ellos se convirtieron en candidatos presidenciales al margen de la Concertación.

No hay que olvidar que durante el gobierno de Michelle Bachelet se exacerbó esa forma de veleidad política que encarnan los “díscolos”, esto es, los francotiradores en busca de fama instantánea, dispuestos a subirse a cualquier micro que vaya en la dirección que les conviene.

Esa nociva tendencia podría volver a expresarse en el futuro debido al predominio de las agendas personales de algunos parlamentarios.

Ojalá que en 2013 se produzca una profunda renovación de los miembros del Congreso, donde han hecho escuela diversas formas de oportunismo.

“Ya es suficiente”- habría que decirles a numerosos diputados y senadores-, “dejen su escaño libre, por favor”.

Precisamente por eso es crucial el fin del sistema binominal, que en la práctica ha hecho surgir una casta parlamentaria que sólo vela por sus intereses. El Congreso requiere aire fresco con urgencia.

Cuando llegue la elección presidencial, los ciudadanos sopesarán las garantías de gobernabilidad y estabilidad que pueda dar Michelle Bachelet en el caso de volver a la Presidencia, y naturalmente juzgarán la calidad de sus colaboradores, la unidad de propósitos del gobierno, la eficiencia de la gestión, pero también el desempeño de los partidos que la apoyen.

Es mejor hablar claro: sería lamentable que algunos que hoy proclaman su adhesión a Bachelet, mañana no vacilen en volverle la espalda a la primera dificultad.

Y, como sabemos, ningún gobierno está libre de problemas, para los cuales rara vez hay soluciones óptimas.

Nadie espera que los partidos actúen con disciplina militar o incondicionalidad, sino con un elemental sentido de la lealtad y del interés nacional.

El país necesita perfeccionar la democracia y elevar la calidad de la política. Un eventual nuevo gobierno de centroizquierda deberá cumplir altos estándares morales y políticos. En tal sentido, los partidos de la Concertación tienen la ardua tarea de recuperar la confianza de los ciudadanos.

Si postula, Michelle Bachelet tiene una opción clara de ganar. Pero el camino no está pavimentado. Sus adversarios actuarán probablemente sin contemplaciones, recurriendo incluso a métodos vedados.

Y si gana, el país esperará que ella gobierne de manera fructífera. Lo decisivo no es tanto cómo empieza un gobierno, sino cómo termina.

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