Silenciar el fascismo

Si usted cree en la democracia, la igualdad, la libertad y la tolerancia, deben generarle mucho rechazo las ideas de José Antonio Kast. Probablemente, junto a Axel Kaiser y Henry Boys, son casi personajes icónicos de la defensa conservadora al orden económico y moral chileno. Su posición, por ejemplo, en materia de identidad sexual y derechos de sexuales y reproductivos, desconocen la dignidad humana y la igualdad en derechos de todas las personas, lo que me parece aberrante.

Pero igual de aberrante me parece que quienes defienden los valores democráticos y desean una sociedad pluralista y abierta, golpeen a su oponente político para impedirle expresar sus ideas. Lo que pasó en la Universidad de Concepción con José Antonio Kast, así como la referencia que hizo Pamela Jiles, refiriéndose a él como “basura”, me parece inaceptable por más detestable que pueda parecer el personaje.

Este tipo de actitudes me merecen un reproche moral y también me merecen un reproche desde el punto de vista estratégico.

Desde un punto de vista moral, estas actitudes son poco consistentes con la fraternidad y la paz social que tanto buscamos, son peligrosas para la democracia. El peligro está en que hagamos de los derechos humanos, que son básicos para un Estado de Derecho y una democracia sólida, un concepto vacío al que recurramos sólo cuando nos es conveniente.

La democracia sustantiva exige del respeto irrestricto a los derechos humanos de todas las personas, aún cuando ello nos es difícil de aceptar. Ejemplo de ello, son las personas privadas de libertad por haber cometido crímenes que consideramos espeluznantes, quienes, sin embargo, mantienen sus derechos humanos, incluyendo, por cierto, el derecho a expresarse.

Creer en la democracia es estar dispuestos a defender con la propia vida, si fuera necesario, el derecho de nuestros oponentes a expresar sus ideas. Más o menos así lo expresó la biógrafa británica Evelyn Beatrice Hall para describir las ideas de Voltaire. Esa es la prueba de fuego para cualquier demócrata, y es lo que criticamos de nuestro pasado reciente. Traicionar estos valores me parece inaceptable.

Además, y aunque a algunos los argumentos antes expuestos les puedan parecer ingenuos o amarillos, creo que se trata de un tema de estrategia.

Desde la izquierda hemos adoptado un discurso de superioridad moral que es poco efectivo para lograr nuestro objetivo de convencer a la sociedad de los cambios en los que creemos. Muchas veces tildamos de fascistas a quienes defienden ideas de derecha, al punto que hay discursos que no se expresan en el debate político porque es incorrecto hacerlo.

Hemos logrado silenciar el fascismo. Pero no nos engañemos, en su fuero interno, muchas personas tienen ideas racistas, misóginas, homofóbicas, xenófobas. Y si silenciamos sus discursos, si les prohibimos expresarse por temor a la condena moral, nunca lograremos convencerles. Se requiere de mucho diálogo para avanzar.

Me ha tocado, por mi posición de clase, compartir con personas que piensan radicalmente distinto a mí en muchos temas. A veces, me ha parecido intolerable escuchar algunas de sus ideas y más de alguna vez las he tildado de fascistas o ignorantes. Pero eso sólo ha generado rechazo y ruptura en el diálogo.

En cambio, cuando he logrado posicionarme desde la fraternidad, he podido mantener diálogos que me han enriquecido, he logrado convencer a mis oponentes y hasta hemos llegado a algunos consensos.

Y ojo, no se trata de que los discursos de odio queden impunes. Claramente lo que pasó con Kast es síntoma del descontento social frente a la violencia de que el Estado omita su deber de condenar este tipo de discursos, por ejemplo, estableciendo sanciones (expost) a los discursos que incitan al odio racial, homofóbico, xenófobo, religioso y otros.

Pero cosa muy distinta es silenciar estos discursos haciendo como que no existen, o actuar con violencia para reprimirlos. Lo único que se logra con eso es que el debate se acaba y, con ello, toda posibilidad de vencer con la fuerza de nuestras ideas.

El triunfo de Trump en EE.UU y el avance de la ultraderecha en Europa es muestra de lo que digo. Claramente, la estrategia no está funcionando y pienso que podemos hacerlo mejor. Silenciar el fascismo nunca ha sido efectivo para combatirlo.

 

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