¿Qué han de hacer ahora los sacerdotes?

La institución eclesiástica de  la iglesia católica experimenta agitaciones no fáciles de sentir y menos de comprender para el común de sus integrantes. El último documento del Papa Francisco titulado Amoris Laetitia, y todo el período previo de su elaboración, ha sido rico en debates, pero también en intentos de sabotaje. Las tensiones se han concentrado en un punto, la actual exclusión de la comunión eucarística de los divorciados vueltos a casar.

El texto no ha podido ser suficientemente claro precisamente porque los sectores que no quieren cambios en una práctica a decir verdad secular, han presionado fuertemente al pontífice. Pero sin cambios –lo han tenido claro la mayoría de los obispos del Sínodo preparatorio- la transmisión de la fe entra en un ciclo terminal.

Es muy  significativo, por esto, que el documento pone las bases de una interpretación favorable a una innovación. El mandato de Amoris Laetitia es procurar “integrar” a todos a la comunidad eclesial.El documento afirma que estas personas –aunque estén en una situación anómala desde un punto de vista objetivo- pueden encontrarse en gracia, y los sacerdotes que han de tratar con ellas, en vez hacerles sentir culpables, pudieran ayudarles con los sacramentos (AL, nota 351). De regreso de la isla de Lesbos se preguntó a Francisco por esta posibilidad. Su respuesta fue: “podría decir sí, y punto”. Y remitió a la explicación mayor dada por el Cardenal Schönborn.

El caso es que los sacerdotes, en este momento, tienen una orientación de procedimiento general, pero necesitan aun indicaciones más precisas.

¿Qué debiera hacer un sacerdote al que se le acerca una persona pidiéndole participar plenamente en la Eucaristía? Mi  opinión es que, por de pronto, tendría que acogerla como si no dependiera de él darle permiso para comulgar. Esta decisión, en última instancia, debiera tomarla ella en conciencia.

El sacerdote, por su parte, debiera acompañarla y cooperar a que asuma esta decisión, la que puede ser ocasión de un crecimiento humano y espiritual. Será muy importante ayudar a la persona a que tome conciencia de los errores que ha podido cometer en su primer matrimonio; evaluar si puede recuperar aun su compromiso matrimonial anterior o si el nuevo compromiso es irreversible porque, por ejemplo, sería irresponsable volver atrás habiendo nuevos hijos que educar; examinar si realmente quiere crecer en su pertenencia eclesial o simplemente desea recuperar un derecho perdido.

Dependiendo del caso, el sacerdote pudiera recomendarle que recurra a un psicólogo que le ayude a sanar las heridas de la destrucción de su primer matrimonio y aprender de su experiencia para que su segunda familia sea más feliz que la anterior. Una vez que la persona haya podido atar los cabos que habían quedado sueltos de su ruptura y tenga un deseo suficientemente serio de vivir su nueva relación con fidelidad y de por vida, podrá pedir al sacerdote el sacramento de la reconciliación y, éste, sin hacer de administrador de justicia, tendrá que dárselo y de todo corazón.

Los  sacerdotes en estos momentos estamos a la espera de que nuestros obispos o conferencias episcopales nos den criterios u orientaciones parecidas a estas. Esta es la indicación del documento: “Serán las distintas comunidades quienes deberán elaborarpropuestas más prácticas y eficaces, que tengan en cuenta tanto las enseñanzas de la Iglesia como las necesidades y los desafíos locales.” (AL 199). Los sacerdotes,  digo, necesitamos precisiones para cumplir con el mandado de misericordia de Amoris Laetitia. Hemos sufrido  mucho negando los sacramentos de la Reconciliación y la Eucaristía a las personas que necesitaban más ayuda que nadie. Por fin llegó la hora de hacernos verdaderamente responsables de todos los católicos en vez de guardianes fieros de la doctrina.

El foso en la iglesia entre la enseñanza moral, sexual y familiar y el pensar y sentir de los fieles atraviesa todas las categorizaciones. También los sacerdotes -muchos- se alegran con la remoción de un importante obstáculo a la misión de la iglesia de anunciar a un Cristo liberador y revitalizador.

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