La Real Academia Española define escuetamente a la xenofobia como fobia a los extranjeros. Se trata de una conducta humana ancestral que remite a funciones sicológicas elementales, que reviven el instinto animal de la territorialidad. Sin embargo, en la evolución humana de la persona abierta y sociable el instinto es superado por la virtud de la solidaridad y de la apertura.
En el rechazo a los inmigrantes la xenofobia adquiere una dimensión social organizada, muchas veces alentada políticamente por nacionalismos y populismos.
No es fácil encontrar en la historia de Chile elementos que permitan deducir una preeminencia de rasgos xenofóbicos permanentes en la cultura. Al contrario, los precedentes dan cuenta de una cultura rica en acogida e integración alinmigrante.
Desde los grandes procesos colonizadores de antaño hasta los procesos espontáneos recientes, se han integrado a la riqueza étnica chilena, españoles, italianos, alemanes, croatas, suizos, eslavos, polacos, sirios, libaneses, jordanos, judíos, coreanos, chinos e indios, entre otros. Ninguno de esos procesos migratorios parece haber despertado fobias ni rechazos masivos.
Las recientes elecciones presidenciales en Estados Unidos revelaron que el rechazo al inmigrante puede redituar dividendos, al activar ese germen xenofóbico ancestral de sociedades fragmentadas y segregadas como la norteamericana. Ese precedente parece haber motivado la estrategia política de quienes han instalado este tema como un puntal electoral en Chile.
Así, más que un problema real, la xenofobia parece ser inducida por intereses políticos electorales, al amparo de la influencia de ciertos medios de comunicación social.
Llama la atención que quienes promueven el rechazo al inmigrante latinoamericano, con la justificación de combatir la delincuencia, sean católicos confesos.
Esas personas olvidan que la fe cristiana, que en sus orígenes remite al pueblo judío, se arraiga en un pueblo esencialmente migrante, más aun, en un pueblo errante que escapa de la esclavitud en busca de una tierra prometida. Olvidan previamente, o ignoran, que el pueblo judío, antes de ser pueblo y antes de ser esclavizado, en tiempos de Abraham y Jacob, era una gran familia nómade, pobre y analfabeta, migrante en esencia.
Olvidan sobre todo, que el nacimiento del Mesías esperado de todos los tiempos, fue precedido de la misma suerte que corren los migrantes, cuando sus padres al llegar a Belén no encontraron lugar para dar a luz al Hijo de Dios, teniendo que acogerlo en una pesebrera.
Olvidan también, que apenas nacido el hijo de María y José, para protegerlo del odio de Herodes, deben huir como delincuentes, escapando de Belén a Egipto, donde permanecieron hasta la muerte del verdugo de los inocentes.
Por eso, la Iglesia universal, fiel a sus raíces, tiene entre sus tareas predilectas la acogida e integración social de los migrantes, lo que realiza a través de una pastoral especializada. De igual manera, la Compañía de Jesús dispone, a nivel mundial, del insustituible Servicio Jesuita a los Refugiados, que atiende a los migrantes en su condición más vulnerable, lo que en Chile se expresa en el Servicio Jesuita a los Migrantes.
Duele entonces que en este Adviento 2016, cuando el mundo cristiano espera la venida del Hijo de Dios con ansias de amor, de justicia y de paz, en Chile, surjan voces cristianas que contradigan la esencia de los orígenes de una fe rica en humanidad.
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