Alegría, tristeza, desagrado, ira y miedo son las emociones que orientaban la conducta de Riley en la película "Intensamente (Inside Out)", estrenada en 2015. Hace un mes, bastó un adelanto de solo unos segundos de la segunda parte de este filme para generar millones de reproducciones y reacciones en redes sociales, creando una especie de catarsis colectiva ¿Por qué? Por la aparición de un nuevo personaje: la Ansiedad.
Pero, ¿por qué este personaje naranjo generó este impacto? probablemente, porque a pesar de ser difícil de definir, la ansiedad está más presente de lo que quisiéramos. Por un lado, es una emoción normal que nos prepara ante un desafío o peligro presente o futuro y nos motiva a tener conductas apropiadas para superar dicha situación. Necesitamos cierto nivel de ansiedad para rendir adecuadamente una prueba, enfrentar una entrevista laboral o hablar en público. Sin embargo, muchas veces la ansiedad nos genera problemas, por una intensidad y/o duración desproporcionada, pudiendo ser debilitante e interferir con nuestra vida cotidiana, y es cuando hablamos de ansiedad como un síntoma de algún cuadro que afecta la salud mental, en lugar de una emoción saludable.
Más que el hecho de que nos pasen solamente cosas buenas, es la adaptación a los desafíos de la vida el requisito básico para seguir adelante, sentirnos tranquilos y bien con nosotros mismos, pero es muy frecuente que sintamos que no estamos siendo capaces de adaptarnos, pareciendo que el mundo avanza mucho más rápido que nosotros y no podemos alcanzarlo, pensando que somos insuficientes o que todos nos juzgan por no hacer lo que se supone que se espera de nosotros. Muchas veces nos cuesta darnos cuenta de lo que sentimos, a lo que se suma la tendencia frecuente a reprimir o aguantar nuestras emociones, porque no queremos preocupar o molestar a otros, no queremos que nos vean débiles o tememos ser ridiculizados o rechazados.
Los tiempos actuales no contribuyen mucho a nuestro favor. La exaltación del éxito y la perfección como metas a alcanzar, las dificultades económicas, la sobrecarga de actividades, la costumbre de compararnos injustamente con otros y estar pendientes de la opinión de personas que no nos aportan, la tan masificada invalidación de la expresión de nuestras emociones, a pesar de ser algo necesario; la tendencia a juzgar las conductas ajenas y la validación de la confrontación como mecanismo que da valor a una persona, nos ponen más peso en los hombros y nos restringen la capacidad de sentirnos libres.
Todo esto puede llevar a sentirnos nerviosos, en estado de alerta, necesitando vivir de prisa, rumiando sobre cosas que nos preocupan, imaginando que las cosas saldrán mal, teniendo dificultades para dormir, sintiéndonos fatigados, irritables, desconcentrados, rindiendo menos, llorando con más frecuencia, con más apetito y peso, con dolor abdominal o náuseas, con culpa, vergüenza, inseguridad o miedo.
Estos síntomas pueden evolucionar negativamente, mantenerse por más tiempo de lo esperable, gatillarse ante situaciones o cosas que no debieran provocarla y afectar mucho nuestra calidad de vida y funcionamiento en general, desarrollando lo que se conoce como Trastornos de Ansiedad (Trastorno de Ansiedad Generalizada, Trastorno de Pánico, Fobia Social, Agorafobia y otras Fobias específicas), las afecciones de la salud mental más frecuentes del mundo, frecuencia aún mayor en personas autistas.
Todo esto tiene solución. Debemos evaluar qué es lo que nos está haciendo sentir así y buscar realizar las modificaciones necesarias para volver a sentirnos tranquilos. En esta evaluación debemos ser justos y compasivos con nosotros mismos y descubriremos que está bien revelar que estamos nerviosos antes de una prueba, llorar si algo nos pone tristes, reconocer que tenemos miedo, asumir nuestras inseguridades, sentirnos vulnerables, darnos cuenta de que a veces no somos capaces, no es el momento de sonreír o, simplemente, no estamos bien.
La ansiedad y otras emociones son señales de nuestro cuerpo y mente de que algo necesitamos y no es apropiado ocultarlo o mostrarnos fuertes y sin emociones, como si nada nos afectara y fuéramos impermeables a lo que nos pasa. Aparentar que nos sentimos bien cuando nos sentimos mal no es una buena estrategia y es, francamente, inútil, pero lo seguimos haciendo, porque estamos culturalmente acostumbrados.
Liberarnos de todas esas presiones e ir a nuestro propio ritmo no siempre será fácil, pero es posible vivir con menos prisa, normalizando que no hay edad para graduarse, casarse o tener hijos, que no estamos obligados a cumplir con todo y, cuando creamos que no podemos lograr esta liberación, se vale pedir ayuda a quienes consideremos nuestro apoyo y, cuando sea necesario, aceptar ayuda profesional, dado que intervenciones no invasivas y muy eficientes, como la psicoterapia y el uso responsable y limitado de algunos fármacos, pueden permitir que esa problemática ansiedad se convierta en algo del pasado.
Nada de esto nos convertirá en "personas de cristal", sino que nos ayudará a tener muchas más posibilidades de tener una mente en equilibrio, habrá menos riesgo de tener síntomas, y nuestra calidad de vida mejorará, habrá más posibilidades de adaptarnos a las circunstancias negativas, enfrentándolas y encontrando soluciones y así sentirnos más tranquilos e, incluso, más felices.
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