Los equipos de salud -en todos los niveles- llevan varios años trabajando a máxima capacidad luchando contra la pandemia, siendo muy efectivos al priorizar y focalizar sus esfuerzos en la lucha contra el virus. Sin embargo, hoy vemos la contracara de esa batalla en otras patologías que fueron postergadas. Retrasos en atenciones primarias, disminución de diagnósticos, seguimiento y listas de espera para cirugías tensionan hoy un sistema de salud que no resiste más presión.
Hoy tenemos estadísticas tremendamente preocupantes. De acuerdo con el Ministerio de Salud, sólo las garantías GES postergadas alcanzaron un incremento de 691% en dos años. En 2021 el diagnóstico de cáncer se redujo en 14%, proyectando sobre las 7.000 muertes más entre 2022 y 2023 por este retardo, según la Fundación Chile sin Cáncer. Por último, un estudio sobre envejecimiento, enfermedades crónicas y factores de riesgo -del Observatorio del Envejecimiento-, mostró que la mortalidad causada por estas patologías había aumentado de 73% al 86% en los últimos 20 años.
Las autoridades han anunciado una serie de medidas para enfrentar esta nueva crisis; no obstante, ninguna de ellas será suficiente si no existe un cambio en el paradigma de cómo buscamos el bienestar de las personas. La prevención, y todas las medidas necesarias para evitar el desarrollo y el progreso de las enfermedades, debe prevalecer por sobre la asistencialidad en que hoy se concibe nuestro sistema.
Y aquí donde es clave aprovechar las capacidades no sólo del sector público sino también del privado. Hoy vemos operativos realizados por estos últimos, pero pocos han pensado en la utilidad que pueden representar, por ejemplo, las farmacias como centro de salud de primer contacto y al alcance de cualquier persona. Se estima que en Chile existen más de cinco mil de estos establecimientos y que el 43% de la población acude primero a una de éstas al presentar síntomas o molestias leves para conseguir la orientación de un químico farmacéutico o ayuda farmacológica.
Hoy necesitamos de un ecosistema de salud al servicio de los pacientes, en donde todos los actores participemos en beneficio de la prevención, enfocándonos en la educación -sobre hábitos más saludables- el acompañamiento de personas con factores de riesgo, y también en el uso de todas las capacidades de infraestructura y herramientas médico-farmacológicas para el tratamiento y seguimiento de éstos.
No olvidemos que las enfermedades, especialmente aquellas de curso crónico, generan un deterioro funcional de los pacientes y una carga emocional para los mismos, sus cuidadores y su entorno, asociado al costo económico elevadísimo para el presupuesto familiar y el sistema sanitario. En este escenario, evitar la muerte no puede ser el único objetivo de la prevención.
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