Tradicionalmente la política pública contra la obesidad y el sobrepeso, se fundamenta en la difusión de información nutricional - como la reciente ley de etiquetados-, la promoción de nuevos hábitos y del ejercicio físico. Sin embargo este enfoque puede resultar reduccionista e insuficiente, ya que los aspectos psicosociales y socio-familiares, juegan un rol decisivo a la hora de entender el fenómeno de la obesidad y las estrategias de enfrentar el problema, por lo que el abandono de esta dimensión puede neutralizar los otros esfuerzos. Se requiere educación emocional para los niños, sus padres y formadores.
Los recientes resultados del Mapa Nutricional 2016 elaborado por encargo de la JUNAEB, reveló un alza preocupante en los niveles de sobrepeso y obesidad en los alumnos de pre-kinder, kinder, primero básico y primero medio. La encuesta arrojó que el 26,4 % de los alumnos entre cinco y siete años tienen sobrepeso y un 23,9% son obesos. Es decir más del 50 % de los alumnos de entre cinco y siete años tienen obesidad o sobrepeso.
Los estudiantes de kinder son quienes presentan mayor prevalencia a nivel nacional, con un 24,9%. En tanto, en prekinder el índice de sobrepeso es de un 26,4% y de obesidad llega al 23,9%; en primero básico es 26,6% y 24,6%, y finalmente en primero medio es de 31,8% y 13,4% respectivamente. Este último curso es el que más ha aumentado su prevalencia de sobrepeso y obesidad en los últimos seis años considerando los resultados anteriores, con una medición de 36,1% en 2011 y un 45,2% en 2016.
Un enfoque educativo y nutricional exclusivo tiene malos resultados. La obesidad no es solo un problema de mala información nutricional o falta de actividad física. Por ejemplo, por una parte encontramos que la alimentación es para muchos niños una forma de gratificación emocional, y por otra, para muchos padres, una forma de premiar a sus hijos por ciertas conductas o evitar otras.
La obesidad y sobrepeso es más un estado que un síntoma. Constituye una forma de adaptación, mantenida activamente en la medida en que protege de angustias. El riesgo de ser adultos obesos en los niños se duplica si uno de los padres lo es, por lo tanto, estos tienen un rol fundamental no solo en lo cognitivo sino principalmente en lo emocional.
La respuesta estereotipada de los padres suministrando alimento ante cualquier manifestación emocional del niño, le impedirá distinguir el hambre de otras sensaciones internas y le llevará más tarde a calmar cualquier sensación con comida. Las satisfacciones orales, al conllevar menos prohibiciones o limitaciones que la mayoría de los otros objetivos pulsionales representan un goce menos conflictivo.
Una propuesta es que los colegios se hagan cargo de esta dimensión de “educación emocional” que permitan a los niños y niñas contar con más herramientas y factores protectores para control de sus impulsos y formas de gratificación diversificada. A su vez, la necesidad de talleres para padres que permitan comprender las dinámicas psicosociales que intervienen en la producción del sobrepeso y la obesidad. Lo mismo para sus profesores y formadores en general.
El año 1960, la desnutrición infantil alcanzaba la cifra de un 37%, más de un tercio de los niños chilenos. Ya en los noventa, había disminuido al 11%. Y actualmente llega al 2,9%, donde la calificada como grave es de solo del 0,1%, la moderada un 0,2%, y la leve un 2,6%. Esto revela también el tránsito de la sociedad chilena: desde una sociedad subadaptada, donde la exclusión era la norma, a una sobreadpatada, donde son otros los padeceres. Otros son nuestros pesares y las presiones que se descargan cotidianamente sobre nuestros cuerpos y nuestra psiquis.
Es probable también que para muchos haya una especie de transmisión filogenética o psicosocial de las anteriores circunstancias. Y donde el alimento sea entonces el signo de la abundancia, de haber superado precariedades pasadas, y una forma de gratificación inmediata al esfuerzo y las frustraciones contemporáneas. Se trata entonces de poder contar con una mayor versatilidad y repertorio emocional.
Hay que entender que desde lo psicosocial, la obesidad y el sobrepeso es una forma de satisfacción que es tanto promovido, a través del bombardeo publicitario, pero a la vez rechazado, por su contraposición de los cánones estéticos.
Eso indica la incongruencia de pretender alcanzar bienestar a través de los objetos de consumo y por otro, es también una protesta y denuncia a ese modo de “goce”, social y familiarmente permitido, que enferma nuestra subjetividad y nuestro cuerpo.
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