Anti- inmigrantes, una bocanada fascista

Ismael Llona
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Somos un país de emigrantes, sobre todo en esta época, en que más de un millón de chilenos vive hoy en el extranjero. Nuestra emigración económica, especialmente a la vecina Argentina, data desde hace un siglo, y la emigración política, desde los inicios de la dictadura de Pinochet.

Somos un país de inmigrantes, como Argentina, Uruguay, Venezuela, Canadá y sobre todo Estados Unidos. ¿Somos un país? Somos un país con varias naciones pero somos un país.

Hasta el siglo XV, en la larga franja continental que llamaban Chile, habitaban en el norte diversas comunidades aymaras, changos, atacameños, más al centro, diaguitas; luego pehuenches, picunches, mapuches (los más, casi un millón en el inicio del siglo XVI), huilliches, chonos, y en el extremo sur, colgando del estrecho de Magallanes, los mongoloides kawéskar.

Esos pueblos originarios no fueron productos de la inmigración (salvo la anterior de los mapuches argentinos), vivían aquí cuando el país fue adscrito a la corona española y a Europa.

Todo lo que llegó después fue inmigración. Las inmigraciones fueron fuertes desde el siglo XVI en adelante y extrañas. Unas, las más, por ingresos al territorio nacional; otras, producto del ensanchamiento de límites hacia el norte del territorio chileno en el siglo XIX e inicios del XX, y hacia el oeste con la compra de la Isla de Pascua.

Los principales inmigrantes antes de la república fueron españoles (extremeños, gallegos, castellanos y vascos) y otros europeos. De ellos surgió nuestra burguesía y nuestro Estado. Una vez constituido el Estado hubo importantes inmigraciones de alemanes, algo de ingleses y, en el siglo XX, eslavos y árabes (palestinos, sirios y otros). La más extensa colonia palestina, fuera de Palestina, está en Chile.

Los habitantes originales de Chile, especialmente aymaras, atacameños, diaguitas, mapuches, chilotes, patagones y kawáskar, no rechazaron a los inmigrantes, los sufrieron. Son los no inmigrantes y constituyeron y constituyen buena parte de los pobres del país, y la mayor parte de los asesinados en los períodos de oprobio interno. Los kawáskar prácticamente no existen.

En este siglo han llegado latinoamericanos, alrededor de medio millón, desde Perú, Colombia, Haití, República Dominicana y algo de Argentina y Venezuela; también asiáticos, chinos, coreanos, japoneses.

Para nuestros momios con tendencia facha, la inmensa mayoría hijos de inmigrantes repartidos en todas las clases sociales pero subordinados a la alta, estos, los de este siglo son los inmigrantes, no los anteriores ni ellos.

Está claro el origen racista de esta última calificación: los inmigrantes de hoy. Son los amarillos y negros.

Se refiere a los de otro color y a los nacionales de otros países considerados “inferiores”: peruanos, dominicanos, colombianos, ecuatorianos, algunos bolivianos. Los españoles no son inmigrantes, ni los alemanes, ni los árabes. Tampoco los argentinos.

No son inmigrantes los Montt, los Errázuriz, los O’Higgins, los Carrera, los Portales, los Frei, los Alessandri, los Allende, los Pinochet, los Lagos, los Insulza, los Guillier, los Piñera, los Ossandón, los Walker. Los castellanos, los alemanes, los suizos, los vascos, los franceses, los sirios, los palestinos...

Racismo subdesarrollado, imitador del triunfante racismo yanqui y francés, esperanzado en el triunfo electoral de 2017. Partidarios, declarados o no, de Trump y de Le Pen. Olfateros, aquí, de amarillos, negros y amerindios.

Los que hoy rechazan la inmigración y caen en el racismo son los mismos que hace un tiempo apoyaron entre nosotros el fascismo.

La matriz profundamente reaccionaria de este país, si no es enfrentada, derrotada y superada, cada cierto tiempo volverá, como hoy, con peligrosas bocanadas fascistas.

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