Fiesta de María

Percival Cowley
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Estamos terminando el Mes de María. Para muchos se asomará el recuerdo de los pequeños altares que se preparaban en los hogares para venerar a la Virgen rezando juntos "la oración del mes".

Otros recordarán el día de su Primera Comunión.

Muchos, muchísimos, ya van aproximándose a Lo Vásquez, hacia donde peregrinan con sacrificio y fervor.

Se calcula, -y así lo han pronosticado los medios-, que este año los peregrinos llegarán a un millón de personas. Se trata de un verdadero acontecimiento social y eclesial.

No habría que olvidar que la gran mayoría de los que se dirigen a Lo Vásquez, son hermanos nuestros, pobres y sencillos; hermanos humildes que se han encomendado o se encomiendan a María o van a dar gracias por algo importante que se ha producido en sus vidas.

Se trata de hermanos y hermanas de una fe sencilla y humilde de la que todos debemos aprender.

De hecho, año tras año, la Iglesia ha procurado darle un sentido cada vez más profundo a este esfuerzo y sacrificio que tantos hacen. Se trata de descubrir en María a la primera discípula de su Hijo: la que escucha la Palabra dicha por el ángel que la invita a disponer de su libertad para ponerla en manos de Dios.

De ella, nacerá Jesús, el Verbo hecho carne. Como cualquier otro hijo, Jesús se va formando en el vientre de su madre durante nueve meses.

La Virgen, luego, "meditaba todas estas palabras en su corazón", acompañó a su Hijo hasta lo alto de la Cruz y, más tarde, a los Doce para recibir al Espíritu del Resucitado.

Ella es la madre del silencio que hace posible que, de ella, nazca la Palabra. María es la mujer de corazón sencillo, que acoge la Palabra; que permanece con su espíritu abierto para ir comprendiendo, cada vez más profundamente, la misión de Jesús.

Buena tarea nos deja a toda la Iglesia, encarnada en estos días, particularmente en todos los que peregrinan hacia Lo Vásquez (lo que no quita que nos llame a todos), a acoger la Palabra, a meditarla en el corazón y asumirla como tarea, con la misma sencillez y apertura.

Con respeto para los no creyentes, con sensibilidad hacia los más necesitados y los que sufren la misma cruz del Señor, en actitud de verdadera comunión para construir un mundo más justo en solidaridad con los pobres.

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