Si el standup comedy está cubriendo espacios, incluso de debate fuera de los escenarios es una señal que el trabajo de los comediantes se está haciendo. De algún modo es una expresión para salir de esa comodidad, de esa seguridad, de ese confort alimentado por años a través del prejuicio, la intolerancia. Ese desprecio a lo distinto.
En esta versión 2017 del Festival de Viña del Mar hubo trabajos notables y guiones preciosos. Quedó demostrado que el mundo no está separado por humor blanco y humor negro. Esa distinción es tan imprecisa como confusa. En el humor, hay propuestas que toman riesgos o están las condescendientes con el status quo. Ninguna es mejor a la otra. El punto está en cuánto se está dispuesto a avanzar. Cuánto estás dispuesto a transgredir al tomar un camino.
Por ejemplo, el guión del comediante Juan Pablo López en la jornada inaugural fue una apuesta interesante y pasó por momentos geniales. Una invitación a reír con ese Chile que muchos prefieren esconder. De las Fuerzas Armadas, intocables para muchos, no sabemos por lo general mucho más fuera del 19 de septiembre. López nos recordó que si el colectivo se ha encargado de construir esa imagen totémica acerca del Ejército, nosotros mismos podemos cuestionarla. Es un deber hacerlo. Es sano el ejercicio.
Daniela (Chiqui) Aguayo fue sincera desde su estilo hasta en sus contenidos. Al ser leal consigo misma, transmitió eso a quienes la escucharon. La palabra nunca es grosera cuando se dice en el momento exacto.
La propuesta de Fabrizio Copano fue sencillamente una rotunda bofetada a ese status quo incluso al formato televisivo del Festival, interactuando directamente con el público presente. Humor sincero invocando a la iglesia católica, al proyecto sobre la ley de aborto, a la educación inclusiva y a la construcción de un Frente Amplio. Todo este marco fue también una hermosa excusa que ayuda a correr el velo de la ignorancia respecto a esferas sobre educación cívica.
Me es inevitable evocar a Jorge Baradit y su propuesta para re-mirar la historia de Chile. Es interesante darnos cuenta que no tenemos tantos héroes como nos lo habían contado. Tampoco es coincidencia que en el humor, voces inquietas por contar historias lo hagan desde la necesidad de traspasar ese límite impuesto por la versión oficial. Todo lo que nos han contado tradicionalmente. Esa verdad engalanada de sagrada. Cuando el control y la normatividad han sido protagonistas por tantas décadas, se agradecen trabajos que sacudan estructuras que creíamos fijas y robustas.
Nos cuesta tanto instalar temas que cuestionan nuestra ética social. Somos mezquinos muchas veces. Nos gusta criticar alrededor de una mesa, a la vez que públicamente lo disimulamos o sencillamente negamos su relevancia. Si hay algo que nos deja el humor este año en Viña es un paso más hacia el triunfo desde la esfera pública. Desde la apertura por sobre el hermetismo. Desde lo genuino por sobre el eufemismo. El triunfo de la palabra bien dicha por sobre aquella aparentada.
Nos hace mejor conversar desde lo que nos afecta, desde eso que nos duele e importuna. El humor tiene esa connotación universal, propio de todo arte escénico: nos hace cómplices y partícipes. Por eso es difícil contar historias atractivas e hilarantes. Por eso es hermoso cuando el humor toma posición.
El humor no es neutral, si lo fuera no sería humor.
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