Este septiembre la Región Metropolitana está en fase cuatro y con ello se vuelve a una pseudo normalidad, donde se observa un gran flujo de vehículos y personas retornando a sus laborares habituales, como antes de la pandemia. Sin embargo, comienzan a aparecer nuevamente los problemas que desaparecieron por el confinamiento, y que afectan nuestra calidad de vida en el diario vivir.
Uno de ellos es que los miles de habitantes de nuestro Gran Santiago que residen en la periferia deben desplazarse por enormes distancias. Es posible ver en el estudio "Santiago Como Vamos", de noviembre del año 2020, que muestra que la población se desplaza en promedio 11,9 km. en sus viajes más frecuentes.
Sólo 25,8% de la población se desplaza entre 10 y 20 km. Pensemos también que los automovilistas perdieron 7,7 días en 2016 debido a la alta congestión de Santiago. Los usuarios de transporte urbano pueden demorar hasta 2 horas en horario punta para llegar a su destino. Pero ¿por qué sucede esto? Porque los habitantes que residen en la periferia tienen un déficit de servicios y/o espacios laborales, por lo cual deben hacer largos desplazamientos y usar altos tiempos de traslado para la realización de sus actividades básicas, necesidad que sin duda va en detrimento en la calidad de vida.
En el urbanismo aparecen conceptos como el propuesto por Carlos Moreno, director científico y catedrático de Emprendimiento, Territorio e innovación de la Universidad Sorbona de París, quien plantea la "ciudad de los 15 minutos". Este tipo de ciudad es concebida con barrios donde puedes encontrar lo que necesitas a 15 minutos de tu hogar, sea a pie o en bicicleta. Este tipo de planteamientos también son una respuesta al problema del cambio climático pues supone una baja considerable de los desplazamientos forzados de millones de personas. No cabe duda el enorme efecto que esto tiene en la caída de emisiones de CO2. En un futuro cercano se desea que las ciudades sean co-diseñadas por y para sus habitantes.
En los tiempos de pandemia que hemos vivido como especie, cuando tenemos un mayor uso de medios de transportes individuales y ecológicos, también tenemos efectos positivos en cuanto a la menor exposición de los ciudadanos a espacios de alto riesgo de contagio.
La pandemia nos ha traído cambios considerables si analizamos estas temáticas, especialmente las relacionadas al teletrabajo, la educación a distancia, las compras y trámites en línea que han permitido reducir la cantidad de personas en las calles. Estas actividades tenderán (y así se espera que sea) a permanecer con una fuerte presencia más allá de superada la emergencia sanitaria. La tecnología lo permite, un planeta sobrecalentado por CO2 lo agradece y las calles lo notan.
Para que el Gran Santiago avance en la ruta hacia una ciudad inteligente son necesarios fuertes planes de inversión en infraestructura y generación de nuevos empleos, pero con una lógica inteligente. No basta con pensar en repetir de manera homogénea y esquemática la puesta de paraderos, plazas, consultorios, cajeros automáticos, entre otros.
Se debe integrar la información global de los distintos territorios y de sus necesidades particulares, pero por sobre todo involucrar a los ciudadanos en encontrar las soluciones a sus propios problemas, que son diferentes de un territorio a otro. La visión vertical de una autoridad decidiendo por toda la población es un paradigma agotado. Las ciudades deben estar llenas de oportunidades, de calidad de vida y de bienestar, de buenas áreas verdes y no más de "zonas rojas".
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