En Chile, estamos acostumbrados a ver las mismas caras en varios ámbitos de la vida nacional. Pero existe un espacio, que por desgracia, debiera renovarse más a menudo, me refiero, a los cargos de representación popular, donde algunos parece que estuvieran apernados, desde el retorno a la democracia, a principio de los 90.
Para la mayoría de nosotros - y esto dice el sentido común - los cargos públicos de representación popular, debieran durar, como máximo dos periodos. Ya en el caso de los senadores, es excesivo, tener a una persona que se repite el plato y lo tenemos que aceptar por 16 años.
Una consideración lógica indica que un concejal debiera estar dos periodos en el cargo y luego postularse a alcalde; un alcalde debiera estar dos periodos en el cargo y luego postularse a diputado; un diputado debiera estar dos periodos en el cargo y luego postularse a senador y un senador debiera estar dos periodos en el cargo y luego postularse a Presidente.
Para quienes dicen tener una vocación de servicio público, esto es un desafío natural y una muy buena práctica cívica, que permitiría una renovación de la política y daría paso a muchas personas que manifiestan un indiscutible interés por participar de “la cosa pública”.
Esto, que parece lógico y de sana convivencia democrática, no se cumple y tenemos concejales que se han muerto en el cargo y alcaldes con cuatro, cinco y hasta seis periodos ejerciendo la jefatura comunal. Para qué hablar del congreso nacional, donde se renueva menos de un 20%, tras una elección parlamentaria.
Debo precisar, que en el caso de los concejales, en la última elección del año 2016, se renovó un 60% de los ediles en nuestro país, lo que demuestra que las autoridades, más cercanas a la gente, están siendo evaluadas con mayor rigurosidad por nuestros vecinos.
Como todos sabemos, nuestra democracia está en tela de juicio por acontecimientos como el financiamiento irregular de la política y otras acciones deleznables que han desacreditado una actividad tan vital para la vida en sociedad.
Es por esto que me parece sano la discusión sobre los sueldos de los parlamentarios y creo que no se puede bajar un sueldo de un diputado o senador, si no se hace una rebaja generalizada de todo el sistema de sueldos del Estado. Además, debiéramos fijar la mirada también sobre los sueldos de los cargos directivos, en las empresas públicas, donde existen haberes escandalosos, alejados de la realidad del chileno medio.
En los partidos políticos, la “verdadera cocina”, donde se fragua el destino de nuestra nación, aún no hay conciencia del fenómeno que viven los ciudadanos en sus respectivos entornos, que desafectados de lo público, se organizan por sus derechos al margen muchas veces de la institucionalidad.
Ellos, con una gran cantidad de información, miran desde lejos la actividad política y de más lejos todavía el quehacer de los partidos, demostrando tácitamente su desaprobación y aumentando la crítica a un sistema, que si no es capaz de cambiar, podría colapsar.
Desde el nivel local, nosotros los concejales, la verdadera infantería de los partidos, estamos cansados de apoyar candidatos que prometen el “oro y el moro”, pero que a la hora de legislar para los intereses de los que habitan nuestras poblaciones, barrios y ciudades, se olvidan de quienes los apoyaron y que esperan que los proyectos prometidos se transformen en realidades.
Sin duda, que la culpa es nuestra por ser demasiados ingenuos y malentender las llamadas “lealtades políticas”, pero estamos dispuestos a cambiar y esto será un imperativo para el nuevo periodo que se avecina.
Por eso, hay que darle tiraje a la chimenea, antes de que tengamos una debacle electoral y el sistema político caiga en un viaje sin retorno.
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