Los “Tower Blocks”, esos típicos edificios de más de 20 pisos y con muchos departamentos que aparecen en las películas británicas, se comenzaron a construir luego de la Segunda Guerra Mundial, para resolver de forma expedita la falta de viviendas tras la destrucción que provocaron las bombas alemanas.
Si bien al principio la apuesta dio resultados, con el correr de los años estas torres de departamentos se transformaron en lugares percibidos como indeseables, deteriorados, con altos niveles de delincuencia y tráfico de drogas, provocando la sostenida baja en sus precios de arriendo.
Y en 2017, Europa vería como la Greenfell Tower de Londres y sus 24 pisos ardían en llamas.
El edificio, que había sido construido en 1974 y donde vivían cerca de 400 personas, ardió por 60 horas, provocando la muerte de 72 ciudadanos.
Es decir, hace apenas 3 años, en Londres, capital de Inglaterra, más de 70 personas fallecieron tras el incendio de un gueto vertical.
Hoy todo Chile conoce la lamentable historia de los guetos verticales de Estación Central, en la Región Metropolitana.
Miles de personas viven aglomeradas en departamentos de 30 metros cuadrados en promedio (pueden incluso tener sólo 17 metros cuadrados), y que últimamente se han ido colmando de ciudadanos extranjeros, quienes comercian y ofrecen productos y servicios entre edificios, con problemas de hacinamiento en los ascensores, ductos de la basura y en las entradas y salidas. Cabe destacar que cada edificio puede tener entre 200 y 700 departamentos.
El profesor Robert Gifford, del Departamento de Psicología de la Universidad de Victoria en Canadá, en un documento titulado “Las Consecuencias de Vivir en Edificios Altos”, señala que estos son menos agradables para vivir; no son óptimos para los niños; las relaciones sociales son más impersonales y la cultura de ayuda al otro es menos común que en otras formas de vivienda; el crimen y el temor al crimen es mayor y además se cuentan allí más suicidios.
En otras palabras, y tal como señaló Meredith Wallace, experta del Consejo de Sidney que vino a Chile a participar del programa internacional 100 Resilient Cities, “Los guetos verticales de Estación Central, son inhumanos. Tenemos cierta preocupación por la calidad de vida de quienes viven ahí”.
El poder del dinero.
Ese vil dinero que calla críticas, otorga permisos y que todo lo puede, parece ser también quien dictamina si se siguen o no construyendo guetos verticales en nuestro país.
En el mismo encuentro 100 Resilient Cities del 2017, los expertos de 8 países concluyeron que “existe una gran irresponsabilidad por parte de las empresas constructoras, quienes no consideran el impacto que causan en la ciudad. Solo se preocupan del dinero”.
Y aquí entran en juego diversos factores, como la falta de miles de viviendas en Chile; el deseo de la gente de vivir en sectores céntricos; el bajo precio de muchos departamentos (sin importar su tamaño) y falta de un Plan Regulador Comunal.
El Premio Nacional de Arquitectura, Miguel Lawner, vincula el fenómeno de los guetos verticales al hacinamiento de los pobres, quienes primero residían en conventillos, luego en las llamadas poblaciones callampas y más tarde en campamentos. Hoy la precariedad habitacional se extiende hacia la clase media, en estas torres de 40 pisos y más de 1000 departamentos por edificio.
¿Y qué ocurre en Concepción?
La capital del Bío-Bío, que por estos días celebra el fin de la cuarentena y espera ansiosa el Plebiscito y la elección de Gobernadores Regionales, históricos anhelos de los independientes penquistas, ha comenzado a despertar a una terrible noticia: las queridas constructoras e inmobiliarias buscan crear guetos verticales en el corazón de la ciudad.
Efectivamente, hoy existe una naciente batalla entre la ciudadanía y la Cámara Chilena de la Construcción, quienes amparados en el débil plan regulador comunal, siguen ingresando proyectos de edificios, entre ellos, un nefasto gueto vertical de más de 1.200 departamentos, a menos de 10 cuadras de la Plaza de la Independencia, ese mismo lugar donde O´Higgins nos proclamó libres de los españoles.
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