Como ocurre en los establecimientos escolares de todo Chile, septiembre es mes de muestras de bailes folclóricos que los alumnos enfrentan con mayor o menor desagrado, pero que en general se trata de un momento particular porque tienen que hacer algo que no se practica durante casi todo el año, escuchar y bailar música tradicional, sobre todo de Chile.
Algún profesor hará una alocución sobre el origen de la cueca, de la zamacueca, la zamba clueca, que llegó a Chile durante el siglo XIX y otras palabras y tradiciones perdidas hace más de un siglo. Los estudiantes se deben enfrentar a ritmos desconocidos y trajes extraños que incluso los que conocen el campo jamás han visto. Otros deben reproducir bailes de zonas geográficas de las que tienen solo vagas referencias.
No soy pedagogo ni tampoco musicólogo, pero en mi experiencia de escolar y luego de apoderado, tengo mis dudas de que este tipo de actividades acerque a los niños a las tradiciones chilenas. Es como una terapia de choque que se acerca más al trauma que a la real comprensión de nuestro folclore. A los apoderados puede que les divierta ver a sus niños con trajes y bailando, pero no sé si a los estudiantes les deje mucho.
Algunos colegios han integrado otros ritmos latinoamericanos a las presentaciones dieciocheras, pues convengamos que Bolivia, México o Brasil tienen un folclore bastante más llamativo que el nuestro.
Otros han incluido cuadros sobre la realidad nacional, como ocurrió en un colegio capitalino donde se representó la lucha del pueblo mapuche primero contra los españoles y luego contra los chilenos al ritmo de “Arauco tiene una pena”, de Violeta Parra, para espanto de un par de conservadores (que ni siquiera eran apoderados del establecimiento). Ahí hay algo.
Creo que sería mejor que el folclore y la música tradicional se vieran a lo largo de todo el año escolar para quitarle ese estigma de música rara y obligada que adopta en septiembre.
Y también entender que el folclore no es solo huasos con espuelas, sonrisas perfectas y mantas de Doñihue de trescientos mil pesos, sino también guaracha, corridos, cumbias ¿eso no es folclore? Para Margot Loyola sí lo era y a ella le creo, cueca nortina, urbana y chilota, bailes de chinos y también el baile del chinchinero. Este último presenta varias virtudes, es típicamente chileno (no se ve en ninguna otra parte del mundo), incluye coordinación y actividad física y, además, nos permite conocer parte de la cultura del Chile profundo. Les dejo la idea.
Esperemos que así el folclore deje de ser bailes por decreto y vuelva a ser parte integral de nuestra idiosincrasia.
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