La ignorancia de la viuda de Borges

Parece una ficción borgeana: un joven escritor, obnubilado por su maestro, hace un libro que no es otra cosa que una gran cita y una celebración de aquel autor omnipresente que admira y lo influencia; el libro pasa inadvertido para el gran público, aunque llama la atención de un puñado de críticos; también, de la viuda del narrador homenajeado. Dos años después, la mujer lo demanda. Tras idas y venidas en tribunales, el joven escritor finalmente es procesado por plagio y arriesga una pena de hasta seis años de cárcel.

Esta es, para quienes no conozcan el caso, la intriga que moviliza el enfrentamiento judicial (y extraliterario) entre María Kodama, viuda de Borges y heredera de los derechos de toda su obra, y Pablo Katchadjian, autor de El Apleph engordado, texto donde agrega 5.600 palabras al clásico cuento del argentino.

El asunto es bastante absurdo si constatamos que Katchadjian introduce una posdata final que señala: “El trabajo de engordamiento tuvo una sola regla: no quitar ni alterar nada del texto original, ni palabras, ni comas, ni puntos, ni el orden. Eso significa que el texto de Borges está intacto pero totalmente cruzado por el mío, de modo que, si alguien quisiera, podría volver al texto de Borges desde este”.

Es decir, jamás existió la intención de pasar como propio un texto ajeno, que sería un requisito fundamental para calificarlo de plagio. Sin embargo, el fondo de la querella es todavía más delirante si lo analizamos literariamente. Revisemos algunos antecedentes de la crítica que arrojan luz a esta diatriba.

Según el catedrático alemán Alfonso de Toro, Jorge Luis Borges es algo así como el inventor de la posmodernidad. El argentino, para muchos uno de los mejores escritores de la literatura universal del siglo XX, habría inaugurado una escritura fundada en la cita (real y apócrifa), la parodia y el intertexto, desplazando tres valores sagrados de la literatura moderna: el autor, la originalidad y la propiedad de las obras.

Por otro lado, si seguimos al crítico Pavao Pavlicic, entenderemos que lo de Katchadjian es, con total nitidez, el empleo radical de una técnica posmoderna. Veamos.

Para Pavlicic, la época posmoderna guarda un profundo sentido de la historia. Toda la tradición debe ser tomada en cuenta. En una palabra, “el modernismo se esfuerza por romper con el pasado, y el posmodernismo, por incluirlo dentro de sí”. Esto, porque entiende que incluso aquello que el modernismo creyó aportar como novedoso y propio, como la intertextualidad, ya existía previamente en la historia del arte.

El posmodernismo cree que para “que el nuevo texto se entienda, debe tener dentro de sí algo viejo y el lector debe estar entrenado en los viejos textos. La tradición influye en nosotros y en nuestro arte aún cuando ni siquiera lo sepamos”.

Esto último lleva a un resultado inesperado: hace “ocuparse menos de la realidad y más del arte” (algo muy borgiano, por cierto), lo que a su vez conduce a que la literatura posmoderna permanezca atenta a las “convenciones y procedimientos artísticos”.

Las intertextualidades, por ende, son diferentes en una época y otra. En el modernismo se da, “ante todo, por la creación de lo nuevo, al tiempo que lo viejo es el material o el adversario polémico; en el posmodernismo, por el reavivamiento de lo viejo, al tiempo que lo viejo es interlocutor y maestro”. Esto es lo que sucede, sin lugar a dudas, con la obra de Katchadjian.

El objetivo de la intertextualidad, asimismo, es distinto: el modernista busca “la adición de nuevos significados a un nuevo texto”, mientras que en el posmodernista es “la adición de un nuevo texto a los significados ya existentes”. Otra vez, esta es la propuesta de El Aleph engordado.

En el arte moderno “lo valioso es semejante a lo nuevo”. El arte posmoderno, por su parte, no renuncia completamente al concepto de lo novedoso, pero reinterpretándolo, “la novedad ya no consiste en el diferenciarse de lo viejo, sino en otra relación con éste (…). La novedad y la originalidad, sin embargo, no son decisivas, lo importante es la calidad de la relación de lo nuevo con lo viejo”.

Todo esto hace que en la posmodernidad literaria, los libros sobre literatura, los textos críticos o metaliterarios, como el de Katchadjian, pasan a ser la producción mejor evaluada. Esto porque en la edad posmoderna, las intertextualidades “entran en juego para decir algo sobre la literatura y la cultura en general”, antes que sobre la dudosa realidad, a la que consideran otro relato. De este modo, en el posmodernismo, “parece que su ambición es crear textos que no hablen de nada más que de sí mismos”.Por supuesto: esta la ambición de Katchadjian al intervenir la obra de su maestro.

La crítica especializada es lapidaria. Prueba de ello, es que los peritos de parte son, entre otros, Beatriz Sarlo y César Aira, dos de los intelectuales argentinos más relevantes de las últimas décadas. El Aleph engordado es una narración posmoderna a carta cabal.

Ahora bien, si agregamos que se trata de una cita a Borges, el asunto se torna sencillamente aberrante. En última instancia da cuenta que Kodama no solo no sabe nada de literatura; Kodama no sabe nada de las temáticas, éticas y estéticas de Jorge Luis Borges, a quien dice supuestamente proteger.

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