Nuestro país se llenó de claros y obscuros, me refiero a la diversidad de colores de piel de las personas que habitamos Chile.
El tema de las migraciones que es parte de nuestra cultura social mundial, lo vivimos diariamente, pertenece a nuestra realidad. No estábamos acostumbrados como en otros países a que hubiera tanta variedad de personas extranjeras que por distintas razones, especialmente económicas, eligiera Chile como destino para vivir.
Y entonces, aparece la discriminación, el maltrato asociado a las “desigualdades sociales que se definen aquí como las diferencias en dimensiones de la vida social que implican ventajas para unos y desventajas para otros, que se representan como condiciones estructurantes de la vida, y que se perciben como injustas en sus orígenes o moralmente ofensivas en sus consecuencias, o ambas”. (PNUD)
Los límites naturales que nuestra geografía presenta, la Cordillera de los Andes y el Océano Pacífico también se proyectan a nuestros límites mentales para entender y aceptar las diferencias humanas y culturales de quienes vienen a buscar oportunidades de vida a nuestro país. Nos cuesta más aprender que somos todos iguales y tenemos los mismos derechos reconociendo nuestras diferencias de género, color, cultura, nivel socio económico, etc.
La ironía del título de esta opinión, se refiere al peso negativo que le damos a la palabra negro. Negro es una definición de color como blanco o amarillo, y cuando hablamos los de piel blanca que históricamente nos hemos sentido superiores sobre los de piel negra, cargamos de discriminación y malos tratos el concepto convirtiendo la realidad en una desigualdad social permanente.
Las estructuras sociales desiguales, producen y reproducen los malos tratos, son círculos viciosos difíciles de romper. Depende de muchos factores que podamos avanzar hacia una sociedad con más conciencia social que permita a todas las personas vivir en paz y en igualdad de condiciones. Especialmente, es fundamental, intensificar la educación conectada con la cultura ciudadana, entendida como los valores, conductas y normas que generan pertenencia, facilitan la convivencia social y aumentan el compromiso y el respeto al patrimonio común.
El estudio del PNUD presentado hace algunos días sobre las desigualdades en Chile nos invita a reflexionar con distintas perspectivas, conversar y actuar desde los distintos escenarios en los cuales nos movemos, buscando acuerdos para implementar las bases de un desarrollo más igualitario, inclusivo y equitativo. El otro factor que está a flor de piel de la ciudadanía como determinante en mantener las odiosas desigualdades en Chile, es el tema laboral y las desigualdades en el ingreso.
Si no se toman medidas concretas que vayan en la dirección correcta como lo han hecho países más desarrollados y con menos desigualdad social, vamos a eternizar esta situación de menoscabo. Ajustar el salario mínimo, disminuir las horas laborales de 45 a 40, bajar la brecha salarial y aumentar la productividad sosteniblemente humana, junto a otras medidas, son importantes de colocar en el debate y modificar urgentemente.
En fin, el negro panorama de la desigualdad social en nuestro país, de la discriminación y el mal trato puede convertirse en un círculo virtuoso, si todos nos hacemos cargo de la mochila, sin hacernos los lesos, ni poner oídos sordos y ver sin mirar.
Si no le echamos la culpa al empedrado y ponemos nuestros esfuerzos al servicio de nuestro patrimonio intangible, nuestra riqueza cultural aflorará y será capaz de construir un país que sea más justo y mejor para todos.
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