Debe haber sido el año 1979 cuando a mis once años me entero que la orquesta de Antofagasta daría un concierto en el Teatro Municipal de mi ciudad, Calama. Hablé con mi padre y le pedí dinero para la entrada. Yo sabía que habría un concierto educacional en la mañana, pero yo no iría porque ya tenía alguna experiencia en eso y el comportamiento de nosotros los estudiantes no era el más adecuado para escuchar la música, así que compré mi entrada para el concierto vespertino, que en esa época se le llamaba “concierto de gala”.
Pues bien, como era de gala, corbata en cuello (que me quedaba grande porque era de mi viejo), partí al concierto. Fui solo, en esa época no era peligroso caminar por las calles de Calama a ninguna hora.
Había un montón de gente arriba del escenario, algunos con unos instrumentos que parecían herramientas de construcción o armas militares, como el fagot por ejemplo. Un señor se paró frente a todos y empezaron a afinar. Yo me creía la muerte porque sabía lo que estaba pasando porque lo había visto en televisión.
Entró el director, de quién desgraciadamente no recuerdo su nombre, saludos y nos fuimos. Empezó a sonar la música, no lo podía creer, era un sonido como de discos nuevos (discos de vinilo). Recuerdo que era la Sinfonía Inconclusa de Schubert. Hubo otras obras pero el comienzo de la Inconclusa se me quedó marcado.
Muchos años después, en 2011 o 12, no recuerdo bien, nuevamente me encontré con la misma orquesta, esta vez como compositor y director. Me invitaron a dirigir la obra Víctor Jara Sinfónico que yo hice en 2006 para la Sinfónica de la Universidad de Concepción.
Me recibió un teatro municipal muy mal tenido, frío, avejentado, nada acogedor ni para el público y mucho menos para quienes trabajan ahí. Camarines que eran más bien bodegas de edificio de departamentos. Una mesa, una silla y un espejito, y todo muy viejo y mal tenido. Me recibieron algunas autoridades administrativas, quienes siempre tienen palabras de elogio para lo que han hecho, la mayoría de las veces acarreando los éxitos anteriores de otros y por cierto de la historia.
Me recibieron también los músicos de la orquesta. Gente amable, dispuesta trabajar, sacrificados ya que ensayaban después de la pega, pues la mayoría trabajaba en otras cosas, casi siempre enseñando.
Todo este preludio sólo para llamar la atención, una vez más, de la manera en que nuestra sociedad y nuestro sistema político-social enfrenta la actividad cultural y en particular la actividad de las orquestas chilenas.
Todo tipo de crisis se pueden producir, y de hecho se producen, en grupos humanos y laborales de cualquier índole, pero en estos últimos meses las ciudades han podido observar casi como si fuera un tutorial de YouTube, los pasos a seguir para destruir una orquesta.
Le pasó a Concepción en los ’90, poco después a la Filarmónica del Teatro Municipal de Santiago. Hace un par de años a Copiapó y Tarapacá, esta última creo que fue destruida con éxito. Este año vamos de mal en peor. Dos ciudades Talca y Antofagasta ven a sus orquestas enfrentadas a un futuro incierto. Se ven en las manos de autoridades que poco saben del tema y al parecer tampoco les importa mucho.
La Orquesta Regional de Antofagasta tiene más de 60 años de existencia. No es sólo un grupo de músicos tocando juntos, es un patrimonio de la ciudad. Las autoridades de turno no tienen ningún derecho de permitir que este grupo profesional y humano sea tratado de la forma en que está siendo humillado.
Se trata de apego a las leyes laborales, se trata de ofrecer un al menos buen ambiente laborar tanto humano como en su infraestructura. Pero más importante, se trata de resguardar la dignidad de las personas que, en este caso, no hacen sino promover la música, la felicidad, la belleza, la cultura y todas esas cosas que para el administrador son inútiles y que sólo significan un gasto en tiempo y dinero.
¿Será posible que las autoridades actuales entiendan que es vergonzoso para ellos mismos ser apuntados con el dedo como gente ignorante, indolente, ineficiente, inculta, que son capaces de destruir bienes patrimoniales que no les pertenecen, por su intransigencia e inoperancia?
Que las buenas voluntades se unan en favor del resguardo de las orquestas nacionales y que se sumen a los apoyos tanto personales como corporativos que están empezando a aparecer en las redes sociales, como el video de apoyo que publicó en Facebook la orquesta clásica de la Universidad de Santiago en favor de la Orquesta Clásica del Maule.
Ya era de noche y hacía frío cuando terminó el concierto de ese año 1979. Yo me fui para mi casa con el corazón lleno de música, felicidad, belleza y cultura. Nunca voy a dejar de recordar el día en que la Orquesta Sinfónica Regional de Antofagasta me regaló una noche mágica que me cambió la vida para siempre.
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