Siendo él parlamentario por Valparaíso, le conocí a mediados de los años sesenta en Chillán, que fue nuestra común ciudad natal, y tal vez por esa razón, o por ser ambos abogados y miembros de una misma organización política, guardando claro las distancias respecto de una figura importante como la suya, desde entonces surgió una relación amistosa que habría de durar por siempre.
Hace pocos días se cumplieron ya 10 años desde su partida el 31 de enero de 2008 y nos parece que no ha habido una adecuada reacción comunicacional respecto de un personaje de su categoría, nacional e internacional, lo que nos lleva a escribir estas líneas en su recuerdo.
Volodia Teitelboim Volosky, miembro de una familia de inmigrantes judíos, era un quinceañero cuando ingresó a las Juventudes Comunistas de Chile poco tiempo antes de comenzar sus estudios de Derecho en la Facultad de Ciencias Jurídicas de la Universidad de Chile. Su tésis de grado “El amanecer del capitalismo. La conquista de América” es un clásico de la literatura jurídica y política que recomiendo a los jóvenes de hoy.
Cuando la traición del presidente radical González Videla y su “ley maldita” contra los comunistas, Teitelboim junto a muchos dirigentes y militantes van a dar al campo de concentración de Pisagua en el norte chileno, uno de cuyos cancerberos era… Augusto Pinochet. Años después fue elegido senador por Santiago, calidad en la que le sorprendió el golpe.
Pero, como él mismo dijo, su pasión real era la literatura. Escritor, polemista, si bien hoy se le conoce más por sus excelentes Biografías de personajes como Borges, Huídobro, Neruda o la Mistral, o por sus ensayos y memorias, es autor también de clásicos de la novela histórica como son, por ejemplo, “Hijo del Salitre” o “La Semilla en la arena”.
En literatura trabajó hasta el fin de sus días con el apoyo de su gran colaboradora, Ximena Pacheco.
Años más tarde conocí a su hermano Sergio, ya fallecido. El fue también un abogado que en plena dictadura colaboró activamente en la defensa de los derechos humanos en nuestro país.
Debo consignar además que cuando el entonces Ministro cubano Ernesto Ché Guevara hizo su histórico discurso en la Universidad de Montevideo en 1961, entre el público estaban los chilenos Salvador Allende, Hugo Miranda y Volodia Teitelboim
El 11 de septiembre de 1973 Volodia no se encontraba en Chile, lo que salvó su vida. Permaneció algunos años en Moscú integrando la dirección exterior del PC y, hacia fines de la dictadura, regresó clandestinamente a Chile en donde fue elegido Secretario General de su partido cargo que ejerció por un período de 4 años.
Fue precisamente en el exilio en donde pude continuar disfrutando de su amistad. Ya fuera en La Habana, Cuba, o en alguna ciudad de México, o en Moscú, pudimos retomar contacto. De hecho al menos en dos ocasiones pudimos celebrar su cumpleaños en Ciudad de México en donde tenía una buena cantidad de amigos, mexicanos, chilenos y de otras nacionalidades.
Solíamos reunirnos también allí en casa del profesor César Godoy Urrutia, ex parlamentario y gran orador de la izquierda chilena, o en la del escritor Luis Enrique Délano con su compañera Lola Falcón y su hijo Poli Délano, ya fallecido. O en la de Juan Vargas Puebla, dirigente obrero y también ex parlamentario.
También frecuentábamos con él el hogar de la familia de ese gran mexicano y latinoamericano, por entonces ya fallecido, que fuera don Vicente Lombardo Toledano.
Concurríamos a la casa de los Arenal, una de cuyas hijas, Angélica era la viuda del gran David Alfaro Siqueiros. Y otra de ellas, Berta, era la viuda de Salvador Ocampo, otro líder y parlamentario de los salitreros del norte chileno.
En uno de sus viajes pudimos llegar, acompañados de Poli Délano, a casa de doña Rosa Elena Luján, “Chelena”, bella mujer de grandes ojos, que era la viuda de ese mítico personaje, el novelista conocido bajo el nombre de Bruno Traven, autor entre tantas obras famosas, varias llevadas al cine, de La Rebelión de los colgados, La Rosa Blanca y tantas más y del que por años se discutió si realmente había existido.
Comprobamos que sí, que existió y que fue largamente perseguido por los aparatos de inteligencia norteamericanos lo que le llevaba a ocultarse.
Supimos que Traven era alemán, que había sido un luchador revolucionario condenado prematuramente a muerte, hecho que le marcó al punto de cambiar repetidas veces de nombre, de apariencia física y vivir en distintos países hasta radicarse en México y perderse con los lacandones en las selvas de Chiapas para reaparecer luego, siempre escribiendo.
Fue amigo allí de Sandino, de Diego Rivera, de Tina Modotti, de Siqueiros, en fin de la brillante generación que marcó al México de la primera mitad del siglo XX.
Terminada la dictadura, de regreso al país, nuestra buena relación con Volodia continuó al punto de encomendarme, como abogado, varios de sus asuntos, lo que me permitió conocer de su entereza y su ética y de la menesterosa condición moral de varios que en su momento le atacaron. Termino esta nota con el recuerdo de una histórica inolvidable cena.
Fue a mediados del año 1995 que Volodia me llamó por teléfono para decirme que esa noche llegaría hasta nuestro departamento en Ñuñoa para que cenáramos junto a don Luis Corvalán y un invitado sorpresa al que yo conocía.
Llegará el momento de hablar más largo de aquello pero se trataba del líder salvadoreño Schafik Handal, el “comandante Simón”, al que yo había conocido en el exilio. Handal había ingresado en Chile a las filas del comunismo en la década de los años cincuenta mientras estudiaba Derecho en nuestro país al que había llegado exiliado. Esa noche no sólo fue de hermosos recuerdos, también de planes hacia el futuro.
Y fue en enero del 2008 cuando llegamos con mi compañera, Rebeca, hasta la clínica en donde se encontraba ya muy grave Volodia Teitelboim, pudimos apretar su mano y musitarle nuestro adiós.
Hace ya una década que Chile perdió a uno de sus mejores hijos.
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