Jugar con Bolivia -que no había ganado un partido contra la selección chilena en más de una década- y presenciar un deslucido empate, ciertamente tuvo que ser muy irritante para el hincha nacional. En especial, luego de haber perdido inexplicablemente tres puntos valiosos en la fecha anterior contra Paraguay.
Seguramente muchos ni siquiera puedan acordarse de que se jugó este partido en el Estadio Monumental porque el Estadio Nacional, la sede donde suele jugar la selección chilena, estaba castigado por los insultos racistas, xenófobos y homofóbicos con que la hinchada local suele recibir a los equipos visitantes.
Había especial interés en el comportamiento que iba a tener Chile en su encuentro con Bolivia y una vez más, defraudamos. Hubo cánticos racistas y discriminatorios contra los bolivianos, lo que nos expone a quedarnos sin ser local o a jugar sin público.
Es cierto que con Bolivia y Perú arrastramos problemas de política exterior derivados de una horrible guerra ocurrida hace más de ciento treinta años, pero eso no tiene ninguna vinculación ni relación con lo que pueda pasar en un campo de fútbol.
La violencia no es justificable nunca y bajo ninguna fórmula. Y aunque algunos hinchas crean que es parte del juego el insultar, denostar, agredir verbalmente o discriminar, eso no corresponde. Sencillamente no está bien.
La violencia en los estadios no sólo radica en grescas protagonizadas por las barras bravas que incluyen muchas veces asaltos a transeúntes y destrucción a propiedad pública y privada. También es violencia dedicar cánticos xenófobos u homofóbicos a tus contrincantes, lo que es severamente castigado en otros países, mientras que nuestro fútbol- al debe- trata de ponerse a tono con este estándar.
Me preocupa este tema porque en octubre vendrá una nueva fecha en la que nos enfrentaremos a Perú, uno de los países que recibe una gran dosis de odiosidad cada vez que nos visita su selección. Me inquieta no sólo porque podría haber sanciones de parte de la FIFA, sino que desde el punto de vista de lo que la violencia y el odio provoca en el ánimo nacional. Incluso me preocupa el tono que tendrán algunos comentarios y respuestas a esta columna que, tal vez, sean igual de violentas y descalificadoras como las que han motivado el castigo al Nacional.
Sí, con Perú y Bolivia tenemos diferencias en tribunales internacionales, pero eso no es justificación para tratar a los ciudadanos de esos países con ese nivel de desprecio y violencia.
Si hace años nadie se escandalizaba por los chistes contra gallegos, homosexuales o niños, hoy el mundo es otro y me parece que lo justo, lo ético y lo que corresponde es guiarse por una sencilla idea: no le hagas a otros lo que no quieres que te hagan a ti.
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