Al momento de terminar de escribir esta columna, puedo decir con profunda tristeza que se han cometido 11 femicidios en nuestro país y que no sé a cuánto ascenderá esta cifra al momento en que sea publicada. 11 mujeres que ya no están con nosotras y que han perdido la vida en manos de hombres que consideraron que ellas debían ser maltratadas y asesinadas por el simple hecho de considerarlas como un objeto de pertenencia.
Con profundo pesar también debo decir que nos hemos encontrado con una sociedad que no entiende por qué el asesinato femicida se distingue –y debe distinguirse- de cualquier otro asesinato, no porque haya vidas más valiosas que otras o asesinatos más condenables que otros, sino porque debemos denunciarlo como lo que es: un acto de odio deleznable que se sostiene única y exclusivamente en la discriminación hacia las mujeres arraigados y sostenidos en nuestra cultura patriarcal.
Una sociedad que responsabiliza a la mujer de los actos de violencia que padece, “algo habrá hecho”, “si aguantó que la boxearan sin hacer nada, ella es responsable”, “ella instauró la desconfianza”, “lo engañó”, entre miles de otras afirmaciones dolorosas que sólo dan cuenta de la profunda ignorancia que tenemos de la dinámica de la violencia y de su perpetuación social e individual.
Con profunda indignación, también debo decir que nos hemos encontrado con medios de prensa que en vez de contrarrestar estos prejuicios e informar, confunden a la opinión pública, atribuyendo a estos actos un romanticismo que no tiene.
Una prensa que justifica el acto como causa del amor, de la pasión o de los celos. Un acto grave, no esperable de una prensa que debe informar y que se hace cómplice de la naturalización de la violencia hacia la mujer. Decir esto, no es atentar contra la libertad de expresión de los medios, lejos estoy de aquello. Denunciar esto es simplemente exigirles, en esa libertad, que cumplan su rol social.
No obstante, con profunda perplejidad e indignación debo confesar también que, junto a lo anterior, ni en mis peores pronósticos pensé que debería hacer referencia en estas palabras a un hecho doloroso que no podemos dejar pasar.
Una manifestación de mujeres en contra de la violencia hacia la mujer en el frontis de La Moneda, a solo 3 días de la conmemoración del Día Internacional de la Mujer, ha terminado en manos de fuerzas especiales reprimiendo a las manifestantes, golpeándolas, mojándolas y llevándose a muchas de ellas detenidas. Un epílogo que me llena de dolor, sensación de impotencia y, debo decirlo, de vergüenza.
Un epílogo paradojal, que sólo es muestra de una sociedad que no es capaz de sostener, más allá de las palabras políticamente correctas, gestos de consecuencia y de real ocupación y consistencia hacia el flagelo de la violencia.
Mujeres están siendo asesinadas a balazos, a golpes, a cuchillazos, descuartizadas y, al parecer, a nadie parece importarle demasiado. A los 45 femicidios registrados por el Sernam para el año 2015, ya sumamos 11 a lo que va de este año 2016. 11 femicidios en un país donde contamos con una definición legal restringida a la violencia en la pareja.
Recordemos que la definición de femicidio en Chile supone sólo el asesinato cometido contra la mujer que es o ha sido cónyuge o conviviente del autor del crimen, quedando fuera de esta definición todos aquellos actos femicidas hacia las mujeres que no se circunscriben a esto. Por ejemplo, el caso de las dos jóvenes argentinas brutalmente asesinadas en Ecuador, escaparía de esta definición.
Esta situación merece toda nuestra atención, ya que las medidas que se están tomando han sido y siguen siendo insuficientes. Está clarísimo que las campañas y políticas que se han generado en contra de la violencia a la mujer no han sido del todo eficaces ni suficientes para generar la conciencia necesaria sobre el respeto hacia la vida e integridad de las mujeres.
Está clarísimo que un gobierno que permite la represión violenta de sus ciudadanas al pedir una alerta de género ante los casos de violencia de género, no está actuando a la altura de lo que necesitamos. Las intervenciones que requerimos son a todo nivel y aún estamos a la espera de ellas: en educación, cultura, política, medios de comunicación, etc. Necesitamos una intervención profunda, un cambio estructural en nuestra concepción de sociedad. Y para eso, los esfuerzos distan mucho de lo que necesitamos.
En Chile, las mujeres sufren violencia física, sexual, institucional, económica y psicológica; son maltratadas, torturadas y asesinadas con ensañamiento.
Nos está resultando demasiado difícil combatir los prejuicios de género y restituir a las mujeres su lugar en la sociedad como ciudadanas en plena dignidad, igualdad y derechos.Nos está costando mucho salir de una lógica que valida la violencia como un modo de relación social entre sus miembros. Es una tarea que no puede seguir esperando. Las mujeres de Chile piden un estado de alerta de género nacional y debemos, todos y todas, estar a la altura de ello.
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