En el marco de la propuesta del Gobierno de Modernización Laboral y dentro del Mes del Trabajo que como Iglesia conmemoramos en mayo, visité a los trabajadores del retail para conocer la realidad que viven.
El retail y los centros comerciales son espacios urbanos que concentran gran cantidad de trabajadores en nuestra ciudad. De hecho, los trabajadores del comercio llegan a cerca de un millón y medio. Además como el retail funciona en horarios extendidos e incluso los fines de semana, sus trabajadores tienen jornadas y turnos extensos de trabajo. Por otro lado, cerca del 70% de los puestos laborales en este rubro son ocupados por mujeres.
La visita se realizó junto a la Confederación Nacional de Trabajadores del Comercio y Servicios, CONSFECOVE, quienes agrupan a cerca de 30 mil trabajadores a lo largo del país en diversas tiendas del rubro y centros comerciales. En la visita pude conversar con trabajadoras y trabajadores, conocí de sus esperanzas, de su deseo de ser un aporte para sus familias y de sus propios sueños.
Sin embargo, también supe de sus angustias y cansancios, de jornadas extenuantes, de enfermedades laborales escondidas o disfrazadas, de relaciones con sus jefaturas que lindan con el abuso, de maltratos y aprovechamientos, de sueldos menores que el mínimo. Fuera de escucharlos, pude compartirles una palabra de aliento y compañía, porque la Iglesia, a pesar de la profunda crisis que vive, no renuncia a expresar la cercanía de Jesús con cada uno de ellos, pues habiendo sido un trabajador se pone al lado de sus legítimas demandas por una vida más digna.
En esta línea, sumado a la Propuesta Ética Valórica que la Vicaría de Pastoral Social ha presentado para avanzar hacia un trabajo decente, me permito hacer algunos alcances que pudieran ser tomados en cuenta en la discusión del proyecto de ley de Modernización Laboral.
Estoy muy de acuerdo en que es necesario adaptar la legislación a las nuevas realidades del trabajo, pero ello no puede ir en desmedro de la persona, es decir, toda modernización debe tener a la persona como centro del trabajo, su bienestar y su desarrollo.
Por ello, en primer lugar, la flexibilidad laboral debe considerar una jornada ética que no afecte la salud física, ni la mental ni las relaciones familiares.
Trabajar 4 días 12 horas diarias, puede ser sinónimo de autoexplotación. No me parece saludable ni que ayude a la conciliación familia-trabajo, por más que se tenga un día libre más. En este sentido, resultan positivas las propuestas que reduzcan la jornada de trabajo a 40 horas semanales.
En segundo lugar, me preocupa la mirada individualista que plantea el proyecto, donde se privilegia la negociación individual de cada trabajador con su empleador, por sobre la lógica colectiva a través del rol de los sindicatos. Actualmente se pueden pactar acuerdos de adaptabilidad laboral entre las empresas y sus organizaciones de trabajadores. Podría generarse una situación desventajosa para el trabajador, al pactar su jornada sin el apoyo de la organización sindical, entendiendo que el trabajador individual se encuentra en una relación desigual en relación al empleador.
Sin duda hay aspectos muy positivos en la propuesta del Gobierno. Destaco, por ejemplo, la preocupación que plantea la ley por algunos grupos específicos tales como personas con discapacidad, privados de libertad, adultos mayores, niños niñas y adolescentes.
No obstante, creo que debemos hacer el esfuerzo de devolver humanidad a una realidad que, en su situación actual, parece que no está contribuyendo a ello.
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