En democracia, el ejercicio de ser padre invita a reflexionar sobre una acumulación de desafíos que orientan y estimulan, regocijan y cansan, satisfacen y frustran. Es sumar a la exigencia de ser uno de los proveedores, la necesidad de destinar tiempo y atención a nuestros hijos, actitud de escucha y voluntad de acompañamiento. Pensar la paternidad es un proyecto que sugiere una promesa de felicidad plena que se va disipando con el pasar de los años.
Recordar la paternidad en Dictadura, es imaginar a un hombre con una humanidad fracturada, por una parte transmite a sus hijos ser sinceros, espontáneos, solidarios y valientes y por otra, les previene ser comedidos, reservados, desconfiados, cautelosos.
"Recordar al obrero Sebastián Acevedo Becerra, es acordarse de nuestros padres en la década de los setenta y los ochenta, es evocar a un ser incompleto en su apariencia pública e íntegro en la intimidad de su familia, virtuoso en los afectos a los otros, en su accionar clandestino, en la capacidad de sobreponerse cuando el contexto social parecía sumiso y la voluntad de alzarse en contra de la Dictadura indicaba un suicidio".
En democracia y en Dictadura los hijos crecen y tienen la virtud de encontrar en la esencia del padre un referente a considerar, ya sea para seguir el camino, siempre inconcluso, o distanciarse de esa naturaleza, invariablemente no hay muchas alternativas más. No obstante, la condición de padre, si bien tiene modificaciones, mantiene algunos rasgos como el intento ineludible de mantener un cierto control sobre el destino de nuestros hijos, brindando el más básico de nuestros instintos: protección.
Cavilo sobre la paternidad porque hace 34 años, el 11 de noviembre de 1983, el obrero Sebastián Acevedo Becerra, se inmoló para proteger a sus hijos Galo y María Candelaria, detenidos junto a otros jóvenes, por la Central Nacional de Informaciones, CNI, organismo criminal que no había reconocido su apresamiento.
Sebastián Acevedo, después de buscarlos siguiendo los conductos regulares que el Estado decía tener y de acudir a los organismos dedicados a la defensa de los derechos humanos, como un medio de denuncia y presión, llegó a la Plaza de Armas de Concepción, roció de parafina y bencina sus ropas y se prendió fuego, murió horas más tarde en el hospital.
El martirio de Sebastián Acevedo no libró a sus hijos de la tortura y la cárcel, su acción sí permitió que sus descendientes no aumentaran la lista de detenidos desaparecidos o ejecutados políticos; logró que la sociedad se conmocionara por las crueles prácticas de la Dictadura e incentivó a un grupo de valientes a organizarse y, de la mano del sacerdote Jesuita José Aldunate, dedicar tiempo y esfuerzo para denunciar los cientos de centros de detención, tortura y exterminio. El acto de amor de Sebastián Acevedo fue en defensa de sus hijos y un abrigo para los muchachos/as atormentados en los calabozos de la policía estatal.
Sebastián Acevedo Becerra era un obrero, comunista, compañero, padre, una persona que representa a miles de hombres que se hicieron responsables de la protección de sus hijos, a quienes vieron en su acto, inspiración y arrojo, decisión y sacrificio.
Sebastián Acevedo Becerra, nos evoca a hombres y mujeres que tuvieron la hidalguía y el coraje de acompañarnos cuando la represión y el castigo rozaban nuestras vidas; generosidad y desprendimiento para protegernos, cuidarnos y permitirnos tratar de cambiar la mala vida a que nos condenaba la Dictadura.
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