Algunas crisis económicas van acompañadas de alzas generalizadas de precios, que se van haciendo incontrolables y que desestabilizan a cualquier economía. Ejemplos en la historia hay muchos y algunos de profundo dramatismo, como el de la Alemania post Primera Guerra Mundial.
La inflación es un aumento sostenido de precios de todos los productos y servicios, lo que le quita valor al dinero que con esfuerzo se gana y hace difícil prever el futuro. Afecta decisiones de más largo plazo y desincentiva la inversión, el crecimiento y la generación de empleo. Los sueldos no suben en la misma proporción de los precios y, si suben sólo siguen alimentando las alzas de precios por mayor demanda.
Hasta fines de los 80, Chile arrastraba una historia inflacionaria. La inflación era un problema real, que estaba presente en la vida cotidiana y que contribuía de manera permanente al deterioro de la calidad de vida en los hogares.
Un ejemplo clásico era el valor de la Unidad de Fomento (UF), que se calcula mensualmente con la inflación del mes anterior buscando mantener el valor de la moneda. Cuando la inflación era de 30 por ciento anual, el dividendo por un crédito hipotecario pactado en UF crecía 30 por ciento en sólo un año, más la tasa de interés, que era alta. O sea, sólo por inflación y sin considerar la tasa de interés pactada, un dividendo partía en enero en 100 y terminaba en diciembre en 130. Los deudores entraban en mora y perdían sus casas o departamentos.
Con un Banco Central autónomo cuyo mandato por ley es mantener el valor del dinero, a partir del 90 la inflación empezó a ser sistemáticamente enfrentada para controlarla y transformarla en un indicador bajo y estable. Desde el 2000 hasta ahora, ha estado en un promedio anual levemente superior a 3%. Esa estabilidad ha hecho posible, que tanto personas como empresas puedan planear a más a largo plazo.
Es así como, en esta crisis profunda y con desempleo históricamente alto, la inflación no ha sido un problema. Los ingresos obtenidos, los programas de apoyo y de estímulo a la actividad y el empleo son mucho más beneficiosos y efectivos en una economía donde el dinero mantiene su poder adquisitivo.
Hemos podido ver aumentos puntuales de precios, pero también ha habido otros que han bajado y cuando hay inflación, los aumentos son generalizados.
Tener la inflación bajo control permite además al Banco Central tomar un rol activo para mitigar el impacto del confinamiento, pudiendo entregar más liquidez al sistema financiero y mantener el flujo de los créditos a personas y empresas, sin que ello ponga en riesgo la estabilidad de los precios.
Hay toda una generación que ha vivido con inflación estable y no sabe de las distorsiones que puede provocar la pérdida de valor del dinero. No tener ese problema es resultado directo de uno de los pilares de la economía chilena: un Banco Central autónomo, ajeno a presiones eventuales de gobiernos por emitir dinero para generar bienestar transitorio y, a la larga, costoso.
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