Onomatopeya económica: crecimiento, impuestos, deuda y permisología

Es probablemente debido a la contingencia electoral que muchos prestigiosos economistas bajan de la consistencia de la teoría económica a la debatible economía política. Lo único que se les debería recordar es que entre los fundamentos de la economía, consistencia y robustez son necesarios. Entonces, en primer lugar, el debate sobre cómo y cuánto crecimiento debe tener Chile en los próximos años y décadas es valorable, sólo rectificaría el concepto a desarrollo económico, más que el manoseado Producto Interno Bruto (PIB).

En segundo lugar, los impuestos "impuestos son". Eso quiere decir que a nadie le gustan, porque, si no, deberían llamarse "voluntarios". El nivel o tasa y la cantidad de afectados siempre será discutible; lo importante, creo yo, es que sean relativamente permanentes, dado que de ellos se desprenden decisiones de inversión y consumo. La evidencia muestra que las sucesivas reformas no logran fijar las expectativas de los pagadores de impuestos, en un marco de bastante incertidumbre, ellos (los impuestos) no deberían ser tema en las elecciones. Finalmente, son los impuestos los que logran financiar el gasto al país y que permite avanzar en forma cohesionada, inclusiva, equitativa y soberana.

En tercer lugar, la deuda pública, al igual que la privada (familias y empresas) es fuente de opiniones apasionadas y rasgados de vestiduras de economistas (incluidos exministros de Hacienda y candidat@s a serlos), en especial, luego del informe del Consejo Fiscal Autónomo (CFA) que al parecer sale un poco del marco técnico y es seducido a emitir opiniones más de económica política que de finanzas públicas. La deuda es posible dado que hay expectativas (fundadas y con resguardos) que se pagarán en el futuro, por parte de quien presta el dinero hoy. Así entonces, el manejo de la deuda del Estado, en estas últimas dos décadas ha sido bastante prudente y ha permitido que el gasto público nos deje aún expectantes de alcanzar un desarrollo multidimensional como país, donde el crecimiento económico siempre debe ser una variable relevante, junto con una activo y comprometido sector privado. El resto de la onomatopeya es fiebre electoral.

En cuarto lugar, no es el marco regulatorio nacional el problema, sino cómo los agentes se aproximan al cumplimiento de las leyes, reglamentos y normas. El número de regulaciones es justamente, la respuesta institucional a los excesos en los mercados cuando existe laxitud regulatoria. Sin embargo, como toda institucionalidad, ella puede ser cambiar y ser optimizada, en busca de su perfeccionamiento continuo que logra objetivos nacionales de corto, mediano y largo plazo, pero sin levantar las restricciones que permiten contener la sobreexplotación humana y del medio ambiente.

En definitiva, los economistas y sus seguidores deben evitar caer en la inconsistencia dinámica de la onomatopeya económica en tiempos electorales.

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