Reforma laboral: avanzar con esperanza y superando los temores

En las últimas horas se conoció, por fin, el proyecto de reforma laboral. La discusión republicana, entonces, comenzará sobre propuestas concretas. Hasta ahora, sólo había esperanzas y temores.


Esperanzas, de muchos que estiman que ampliar la cobertura de los procesos de negociación colectiva permitirá avanzar hacia un país donde la riqueza producida sea distribuida con mayor justicia. Para que no escandalice reclamar un salario ético (que alcanza para superar apenas la línea de la pobreza) para llegar cuanto antes a salarios justos (que permitan cubrir las necesidades básicas de las familias e incluso ahorrar un poco, como enseña el pensamiento social de la Iglesia).


Un adecuado proceso de negociación requiere más información previa, eliminar las restricciones al “menú” de lo negociable, universalizar la cobertura, simplificar los procedimientos, eliminar los reemplazantes (usado apenas en el 1% de los procesos de negociación colectiva recientes), entender que la huelga es parte de un proceso de negociación y no su ruptura.


La negociación colectiva es considerada por la OIT, con razón, una de las formas en que se manifiesta el diálogo social. Con todo, es un mecanismo sólo utilizable cuando todos los otros han sido agotados, teniendo siempre presente la necesidad ética de mantener activos los servicios que afectan a la vida de las personas.


Existen esperanzas también de los sindicalistas, de tener más espacio para el desarrollo de sus organizaciones, a fin de agregar los intereses de los trabajadores y representarlos adecuadamente, ante su contraparte empresarial.


Desarrollo de las organizaciones que reclaman apoyo para sostenerlas y más capacitación, para ser dirigidas adecuadamente en un mundo cada vez más complejo. La Iglesia, en su pensamiento social, considera la participación como un principio fundado en el derecho natural.


Tanto así que el Concilio Vaticano II señala que quien “descuida sus obligaciones temporales falta a sus obligaciones con el prójimo y con Dios mismo, y pone en peligro su salvación eterna”. Participar es un deber temporal. Al mismo tiempo, es necesario recordar que la libertad de las personas es sagrada, debe ser respetada.


“La unidad de los trabajadores –dice San Alberto Hurtado- no se puede obtener presionando las conciencias y la libertad de los sindicalizados para obligarlos a entrar a organizaciones que no son de su agrado (…) Esa unión es una tiranía tan grave y a veces (…) lastima penosamente la dignidad del trabajador”.


Esto hace pensar que los dirigentes sindicales tienen ante sí una grave responsabilidad. Más allá de lo que la ley disponga, la fortaleza de una organización de trabajadores –tan querida y apoyada por la Iglesia- radica sobre todo en la calidad de su dirigencia sindical. Ésta debe esforzarse por mejorar y transparentar su representatividad, ser capaz de entusiasmar a los trabajadores en la lucha por la justicia social. Para ello, siempre tendrán la compañía de la Iglesia.


Hay también temores. De ellos, igualmente, es necesario hacerse cargo. En primer lugar, porque las profecías de los desastres suelen terminar ocasionando tragedias, a veces contra los mismos pregoneros del temor: muchas veces quienes siembran miedos terminan asustados.


En segundo lugar, porque los puntos de vista divergentes sólo pueden superarse en la mesa de negociaciones de un pueblo que, como decía el fallecido cardenal Fresno, “Chile tiene vocación de entendimiento y no de enfrentamiento”.


Los temores pueden tener raíces históricas o en desconfianzas recientes. Los temores generan nuevas desconfianzas y se entra en un círculo vicioso que es necesario romper.  Para algunos, los temores surgen del cambio de reglas que hacen posible el crecimiento económico. Para otros, la desconfianza radica en que los beneficios de ese crecimiento no llegan a todos en adecuada distribución.


Entretanto, estudios de la OIT, afirman que la mayor inversión de chilenos en el exterior, se realiza en países que tienen leyes laborales aún más abiertas que las que se pretende incorporar en Chile. Según esos antecedentes, no habría razón para temer –por este motivo- una caída de la inversión en el país.


Con todo, es una materia más que deberá ponerse en la mesa del debate, a fin de alcanzar los acuerdos técnicos y políticos necesarios para conseguir una legislación moderna, adecuada a los tiempos, capaz de ser reconocida como legítima por todos o por la enorme mayoría y que efectivamente avance a una mejor distribución. La acumulación de buenos resultados por grupos minoritarios es inmoral.


No es una tarea fácil, porque los debates suelen ideologizarse. Esperamos que esto no suceda.Chile ha tenido cuatro códigos del trabajo. Dos dictados en dictadura (Ibáñez y Pinochet) y otros dos en democracia (Aylwin y Lagos).


Sin embargo, se reclama, normas originadas en dictadura que son vistas como injustas persisten aún. Para seguir adelante sin deprimirse, pensamos, es necesario valorar lo avanzado. Suele decirse, con poca lógica, que es necesario superar el concepto de “en la medida de lo posible”.


Los procesos históricos deben reconocer sus limitaciones y también sus posibilidades; de la misma manera que lo imposible no es viable, es necesario empujar la barrera de lo posible -eso es progreso- reconociendo los logros parciales que se consiguen en el devenir histórico.


En este sentido, más que temer un futuro amenazante, la tarea es construir de manera conjunta un  espacio más amplio para todos, sin frustraciones, pues los trabajadores y el capital se necesitan mutuamente. En el proceso productivo, mientras algunos arriesgan su capital, otros según  el Padre Hurtado “aportan lo mejor de ellos mismos: su propia vida”.


Es tiempo de construir normas que sean vistas como legítimas por las partes, que den estabilidad a las relaciones laborales, sin temores y abran un espacio de mayor prosperidad para todos: “la sola existencia del sindicato –agregaba Alberto Hurtado- es bastante, en muchos casos, para que se produzca el entendimiento entre empleadores y trabajadores en un plano de armonía y de justicia”. Así lo confirman los datos de la ENCLA, encuesta realizada por la Dirección del Trabajo.


¡Hay que avanzar con esperanza y superando los temores!

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