"Si estamos en condiciones de abrir una escuela para que sirva de local de votación, yo me pregunto, y muy legítimamente, ¿no podemos, si se dan ahí también las condiciones sanitarias, abrirlas para que los alumnos puedan beneficiarse de ese espacio protector?”, con estas palabras el ministro de Educación, Raúl Figueroa, interpeló a diputadas y diputados sobre el retorno seguro a clases presenciales.
La comparación no resiste mucho análisis, sin embargo, es una muestra más de la desorientación ante un desafío complejo que no es sólo sanitario, sino también social y educativo.
Luego de meses de pandemia y de lo que ha significado para las comunidades educativas, se espera una reflexión más profunda del ministro de Educación. Si se aseguran las condiciones sanitarias para volver a las clases presenciales, ¿retornaremos a la misma escuela que había antes de la pandemia y haremos como que no ocurrió nada?
Según la encuesta #EstamosConectados de la Fundación Educación 2020 realizada a las comunidades educativas de 560 establecimientos educativos en el país, el 55% de los apoderados y apoderadas declara que le ha costado acompañar emocionalmente a sus hijos.
Muy de la mano con este diagnóstico, un 91,4% de los profesores y profesoras consideran que el acompañamiento emocional a los y las estudiantes es más importante que la enseñanza de contenidos en este contexto.
Luego de meses de encierro, pérdida de familiares, de empleo e ingresos, ansiedad y diversas patologías de salud mental, se hace fundamental hacer una reflexión sobre la importancia de la educación emocional en el sistema educativo chileno.
Un segundo problema al que nos enfrentamos, es la enorme brecha de acceso a los aprendizajes.
Con respecto a esto, un 50% de los estudiantes encuestados declara tener acceso ocasional o nulo a un computador y más de un 75% no dispone de ambientes de concentración, ni adultos a quien pedir ayuda.
Adicionalmente, muchos profesores y establecimientos educacionales no tienen las competencias ni plataformas adecuadas para enfrentar el desafío de educar a distancia. Estas brechas nos deben llevar a preguntarnos de qué manera emparejar la cancha en el aula y definitivamente cambiar la forma en que evaluamos.
¿Es justo someter a una evaluación estandarizada a quienes no tuvieron acceso a los aprendizajes?
¿Qué formas de evaluar se pueden hacer cargo de estas enormes diferencias?
El retorno a clases presenciales tendrá muchísimos desafíos, preguntas y debates.
La urgencia de la educación socio emocional y de comprender las brechas de acceso a los aprendizajes, son sólo algunas de ellas.
El ministro de Educación en vez de hacer comparaciones que son más para la TV que para el verdadero aprendizaje de los niños y niñas, debiera estar escuchando a las comunidades educativas, habilitar canales de participación y diálogo para que directivos, docentes, estudiantes, asistentes de la educación y familias puedan expresar los dolores y aprendizajes que ha dejado la pandemia.
Escuchar es el camino para que el retorno pueda ser realmente seguro.
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