El Covid-19 ha tenido un impacto profundo en la entrega de la educación. Según el Word Economic Forum, en año 2020 la pandemia ha golpeado los sistemas educativos de todo el mundo. Se estima que 1.500 billones de estudiantes, cerca del 90% de todos los estudiantes de primaria, secundaria y educación superior del mundo, no pudieron asistir físicamente a sus establecimientos educacionales.
En particular, las universidades han tenido que cambiar su modus operandi, partiendo por la enseñanza remota de emergencia o de continuidad, en donde en un par de semanas la pandemia aceleró de manera drástica, lo que no se había logrado en años con el aprendizaje digital.
Sin embargo, los resultados no necesariamente encajan bien con la pedagogía establecida para el aprendizaje en línea. Durante esos primeros meses de pandemia, hasta hoy, la idea era causar la menor interrupción de las clases a los estudiantes en lugar de explorar nuevos estilos de enseñanza.
En Chile, muchos profesores no estaban familiarizados con las herramientas digitales que su universidad proporcionaba para la enseñanza. Sumado a lo anterior, las universidades no habían invertido suficiente en infraestructura digital para apoyar la enseñanza remota y de hecho, las sesiones de video sincrónico pueden ser extremadamente exigentes en términos de ancho de banda de internet, así como para profesores y estudiantes, tanto por los dispositivos que están usando para conectarse como por la intensidad de la interacción, lo que genera una asimetría tecnológica entre estudiantes y profesores por no contar con los dispositivos adecuados. Todo lo anterior perjudica el proceso de enseñanza y aprendizaje.
Además, el participar en las plataformas online, también puede ser intelectual y emocionalmente agotador, tanto para el estudiante como para el académico. Muchas veces nuestros estudiantes y académicos no tienen espacios privados en sus casas para poder trabajar, compartiendo su entorno laboral con el familiar. Y como consecuencia, los estudiantes tienden a apagar sus cámaras, lo que genera en el académico una desorientación ya que pierden las señales sensoriales que son propias de las aulas presenciales para guiar su enseñanza, teniendo la experiencia de estar hablando solo, sin ningún retorno por parte de nuestros estudiantes.
Como resultado, estas innovaciones surgidas de una crisis pueden representar una pesada carga tanto para el personal como para los estudiantes, y también esto se reflejará en la calidad de la educación recibida.
En términos prácticos, para un estudiante de una carrera del área tecnológica que dura 4 años, normalmente los dos primeros dos años son de asignaturas de ciencias básicas y los dos años siguientes de asignaturas de su especialidad, con una alta carga de laboratorios. ¿Qué pasa con los estudiantes que a inicios de la pandemia estaban en su tercer año? La falta de laboratorios y el acortamiento de contenidos apuntan a un déficit en su formación. Otro ejemplo interesante es el de estudiantes de medicina, que no han podido asistir por efectos de la pandemia a los campus clínicos, sin tener contacto con los pacientes. Recordemos que la carrera de medicina por ley debe ser acreditada obligatoriamente para certificar su calidad.
Pero además en los últimos años hay un fenómeno adicional que se ha hecho más frecuente: las paralizaciones de los estudiantes, sobre todo en las universidades estatales y es un factor que también merma la calidad en la formación de los alumnos.
La pregunta que se desprende es ¿quién asume la brecha en la calidad de la enseñanza y sus costos, con esta enseñanza de emergencia en la educación superior? ¿Los propios estudiantes graduados que tendrán dificultades en conseguir empleos y buscar capacitaciones por su cuenta, o los empleadores que tendrán que asumir este déficit capacitándolos al interior de las organizaciones contratantes?
Si queremos avanzar hacia un país moderno y desarrollado, según se defina en la nueva Constitución, hay que hacerse cargo de esta situación ya que se busca la excelencia de capital humano de nuestro país poder avanzar y mejorar la calidad de vida.
Hacerse cargo significa, en el caso de las universidades, buscar nuevos métodos de enseñanzas, por ejemplo, las híbridas que según el profesor Randy Garrison de la Universidad de Calgary son "la integración reflexiva de las experiencias de aprendizaje presencial en el aula con el aprendizaje en línea", ya que las pandemias pueden ser un estado más permanente del que pensamos. Por lo cual hay que avanzar en infraestructura digital en nuestras universidades, ojalá con el apoyo de fondos del Ministerio de Educación, el cual además debe pensar en generar políticas públicas que apunten a cerrar esta brecha que se está sucediendo en la educación superior.
No es presentable mantener las respuestas del inicio de la pandemia, esta situación permanecerá y por lo tanto, las universidades deben ser proactivas ante esta nueva realidad.
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