La violencia es un dato cruel para las sociedades que la sufren de manera crónica. Y si bien en todas las sociedades han existido grados de violencia, cuando esta traspasa ciertos límites hay que activar las alertas ya que es un síntoma que nos está indicando que algo va mal en nuestra convivencia.
Por estos días se ha reactivado el debate sobre la violencia a raíz de algunos casos que ameritan un análisis serio para generar estrategias efectivas de contención, analizando cada hecho en su propio mérito para no confundir a la opinión pública mezclando situaciones que parecen similares, pero no lo son.
En el caso de Puerto Montt, en que un joven resulta baleado por un compañero de curso, probablemente existen motivaciones individuales relacionadas con estados psicológicos del agresor, como se ha ido conociendo a través de la información de prensa. Este tipo de violencia es difícil de detectar, pero la familia, la escuela y el grupo de pares juegan un papel esencial en su prevención.
En otro caso, completamente distinto en su origen y motivación, pero donde la violencia también juega un papel, grupos de liceos emblemáticos realizan protestas que terminan dañando a su propio establecimiento. En este caso, al Estado y las autoridades les toca generar estrategias efectivas para su contención.
En ambos casos la violencia está presente, pero de forma distinta.
En este punto consideramos necesario relacionar los hechos descritos con algunos de los resultados recientes del Estudio Nacional de Formación Ciudadana del MINEDUC. Este estudio señala que uno de cada tres escolares cree que la violencia sirve para lograr cosas. Y un 65% de los jóvenes consultados afirma que el fin justifica los medios para lograr la paz.
Con estas conclusiones es evidente que algo está fallando en nuestro sistema escolar o en la capacidad que el sistema democrático tiene para formar a las nuevas generaciones. O en ambos. Entonces, la responsabilidad, más que de los jóvenes, es de los adultos.
Sería necesario entonces, hacer una revisión de las posibles causas de que hechos u opiniones como las descritas, estén asentadas en una parte importante de los jóvenes chilenos.
¿Es la exclusión social o el abandono individual causa de estos hechos?
¿Son jóvenes que ven bloqueados sus objetivos y por tanto reaccionan desde la agresión, incubando en el tiempo una personalidad autoritaria, como ha descrito alguna literatura?
¿O, producto de lo que se ha denominado sociedad del cansancio, las familias estén fragmentadas por el ritmo acelerado de estos tiempos y aislados sus integrantes unos de otros sin, que haya tiempo para conversar de valores y límites?
Sería necesario dar respuesta a estas interrogantes, antes de concluir que el antídoto ante hechos de violencia escolar sea nada más que revisar las mochilas de los estudiantes.
Hacer asociaciones simples en nada ayuda al común objetivo de detener actos de violencia. La prevención de situaciones como estas se logra más efectivamente con una democracia en forma, con un sistema educativo que responda a las expectativas de los estudiantes y sus familias y, sobre todo, con estrategias preventivas que se originen en la escuela, la familia y el barrio.
Todo esto con la colaboración de los medios de comunicación y las redes sociales para fomentar la convivencia y el dialogo.
Es en el desarrollo de estas estrategias preventivas que juega un rol preponderante el municipio. Es largo ya el recorrido que las municipalidades del país hemos tenido en colaborar a través de planes y programas para prevenir la violencia y disminuir el temor.
Duplas de profesionales aplicando metodologías psicosociales en barrios y escuelas forman parte de un trabajo social municipal que poco se visibiliza, pero que ha estado presente por muchos años.
El trabajo con jóvenes y escuelas a través de programas como Comuna Segura, Barrio en Paz o Barrio Seguro es de larga data y se encuentra paralizado y con poco presupuesto. Hay que revertir esta situación rápidamente a riesgo que los hechos de violencia aumenten.
Con todo, el mismo estudio que hemos citado señala que el 80% de los estudiantes chilenos se muestra con una actitud favorable hacia la equidad de género, la migración, grupos étnicos minoritarios y la diversidad sexual. Es otra sociedad la que emerge, hay que contener sus efectos negativos y reforzar los positivos.
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