Covid-19 y el Riñihuazo tras el terremoto de 1960 ¿qué tienen en común?

Conmemoramos 60 años del terremoto de Valdivia, cuyo epicentro ocurrió frente a la costa de Lebu. El megasismo fue tan grande que se necesitó crear una nueva manera de medir el fenómeno telúrico, una década después confirmando que este es el terremoto más grande jamás medido en el mundo.

Es probable que la pandemia del COVID-19, con un epicentro original en la ciudad de Wuhan, pero con consecuencias catastróficas en Europa y América, tenga consecuencias que veremos décadas después, al igual que el terremoto de 1960. Sin embargo, hay lecciones a aprender respecto a los esfuerzos relacionados con el Riñihuazo y el COVID-19 en nuestro país.

El Riñihuazo es un episodio pos Terremoto de Valdivia, que se desencadenó tras el derrumbe de dos cerros y la represa del lago Riñihue. Como el río San Pedro se bloqueó, el nivel del agua del Riñihue aumentó muy rápidamente lo que podía provocar la inundación de pueblos y ciudades donde vivían alrededor de 100.000 personas.

Con el esfuerzo conjunto de miles de voluntarios, el ejército, el gobierno, e incluso la ayuda internacional, se logró desaguar y evitar una catástrofe que hubiera matado miles de personas. Esto fue pala a pala de cientos de chilenos.

Chile demostró una tremenda resiliencia con ingenuidad, esfuerzo, y planificación, en una tarea titánica. Era un gobierno de derecha dirigido por un ingeniero que a su vez se apoyaba en una infraestructura gubernamental armada durante la reconstrucción liderada por el presidente Pedro Aguirre Cerda después del terremoto más mortal de la historia de Chile, el de Chillán en 1939.

Del terremoto de 1960 aprendimos muchísimo acerca de las características geológicas y de la necesidad de infraestructura adecuada a un terremoto de esa magnitud, sin embargo, la gobernanza para prevenir una catástrofe por un tsunami fue fuertemente golpeada durante el terremoto de 2010. Conocimientos que expertos y científicos en la reducción de riesgo de desastres han estudiado como CIGIDEN con ahínco, y apoyo del Estado en esta década para estar mejor preparados.

Recordar el esfuerzo colectivo del Riñihue nos da luces acerca los esfuerzos mancomunados para reducir el riesgo de desastre por tsunamis o terremotos, pero también nos indica un potencial camino en la contención de una posible catástrofe por el COVID-19.

No estábamos preparados para hacerle frente a esta pandemia, aunque el gobierno haga esfuerzos por comunicar lo contrario. Es evidente que al igual que en 1939, 1960, o 2020, nuestra estrategia de aprender de eventos catastróficos nos dejó sin una preparación para un desastre biológico, con consecuencias críticas en nuestra infraestructura no solo de salud, sino que económica, educativa, vivienda, transporte, y de espacios comunes.

No solo no estábamos preparados para una cuarentena drástica, tampoco para planificar adecuadamente los desafíos pos-pandemia. Hoy versa en las calles emblemas que hablan de hambre: no, no estábamos preparados para este desastre.

Hoy, después del reconocido fracaso de las cuarentenas dinámicas, el “retorno seguro”, la restrictiva participación de los científicos y expertos en la toma de decisiones, y una estrategia de comunicación en crisis basada en un exitismo arrogante, no nos queda otra que buscar como arremangarnos las mangas, sacar las palas, y comenzar a desmantelar la posibilidad que un volcán biológico mate a una generación.

Durante el Reñihuazo se construyeron confianzas y nadie golpeaba la mesa para retarnos.

Se construyeron espacios de colaboración y conocimiento que incluían no solo las directrices de ingenieros, también el cuidadoso conocimiento local de aquellos que vivían en ese lugar. Para desaguar el Riñihue, se necesitaba el conocimiento y acción de todos.

No era una pelea por tratar de imponer una visión demagógica para ganar espacios políticos, comunicacionales, o académicos. Después del terremoto, no solo había que reconstruir y hacer el duelo por lo perdido, había que evitar la siguiente catástrofe. Esto sin duda tiene paralelos con los desafíos que nos plantea esta pandemia hoy en Chile.

No estábamos preparados, pero eso no basta como bandera, un desastre siempre ocurre porque no estábamos preparados. Es hora de reconocer que si todos no desaguamos esta pandemia, la pérdida será aún mayor.

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