Irresponsabilidad, es lo primero que escuchamos cada verano cuando un incendio forestal se escapa de las manos. Si el incendio crece aún más, surge la frase intencionalidad y acción criminal, el pirómano. Tratando de buscar un enemigo invisible, casi diabólico, sin rostro. Incluso este año se ha deslizado la acción terrorista.
Entonces se instalan las teorías conspirativas, los desequilibrados y quién sabe qué. Lo que nos lleva a una sola conclusión. Estamos viendo mucho Netflix, pues la acción humana ha estado siempre presente en el 99% de los incendios forestales en Chile, y a la fecha el número de siniestros incluso ha disminuido respecto del promedio de las últimas cinco temporadas. En resumen, a lo menos, no tenemos una comunidad más irresponsable, más criminal, más desequilibrada, ni más terrorista que otros años.
Todos estos argumentos, salvo el último, han sido parte del libreto histórico en nuestro país, del cual se ha hecho uso y abuso, cuestión que ha dejado de lado el análisis de las cifras de incendios forestales. Aquellas que nos señalan con claridad que el 1% del total de incendios generan el 70% del daño. Es decir, un grupo pequeño de incendios literalmente se escapan a superficies que terminan por marcar con destrucción cualquier temporada, al menos en los últimos 30 años.
Pero los datos no importan, pues reconocer aquello, utilizar información y transformarla en inteligencia, no solo permitiría develar nuestras fragilidades, y con ello el deber de corregirlas, sino que peor aún, estaría limitando nuestro campo de acción, hoy tan amplio como lo permite la creatividad, improvisación y egos, en un sistema donde parece excesivamente tentador el espacio mesiánico que brinda la emergencia, el mismo que representó el Súper Tanker, el ave fénix, que terminó por aguar cualquier aspiración de las máximas autoridades de CONAF y ONEMI por abrir una mínima posibilidad para ocupar un espacio que les fue quitado, mientras simplemente navegaban en las turbulentas aguas de los desaciertos, las resistencias, la negación y la construcción de mitos.
Si la sequía lleva ocho años, si un informe entregado al Congreso a mediados de enero producto de fiscalización parlamentaria advertía dentro de la CONAF sobre la temporada en octubre de 2016. Si el suscrito, ya el 3 de enero en la Cámara de Diputados, Comisión de Agricultura, señaló con claridad que estábamos frente a lo que podría ser la peor temporada de la historia y planteó que era necesario pedir en ese momento ayuda internacional, cabe preguntarse ¿por qué se terminó haciendo casi todo lo propuesto, pero sobre el daño y no de manera anticipada?
Pero aún quedaba espacio para otro mito, el Mega Incendio. Con esa actitud que termina por llevarnos de manera ansiosa a buscar qué lugar ocupa nuestra emergencia en el ranking mundial. Como si junto con encontrar una justificación absurda a la falta de preparación, eso no fuese también una falta de respeto a las víctimas, así como una muestra de la resistencia al cambio y un fenómeno de negación digno de estudio, donde una cuota de ego herido pareciera llevarnos a establecer el clásico “nadie podía estar preparado para tamaña catástrofe”.
Pero solo dos detalles. Ningún incendio forestal empieza de 10 mil hectáreas, y más aún, nunca existió el Mega Incendio, pues las 500 mil hectáreas destruidas al momento en que empieza a disminuir la emergencia, correspondía a poco más de 3 mil incendios en la temporada.
Entonces aparece el Súper Tanker de la mano de una chilena caritativa. Un aeronave casi experimental que entregó la esperanza y curiosamente liderazgo que los directivos de las instituciones de emergencias no tenían.
Sea poco versátil, poco preciso e incluso débil en su contundencia comparado con otras aeronaves, el Súper Tanker representó una solución y esperanza tangible, fundamental para reorientar a una comunidad que requería de un Norte.
El Súper Tanker no solo instaló una esperanza, visibilizó un sistema de emergencias frágil, fragmentado, baja credibilidad y liderazgo, que ha sumado así más daño y debilidad que se ha ido acumulando durante los últimos seis años, donde los discursos de robustez, modernidad y la soberbia simplemente se escurría y evaporaba en cada descarga del Súper Tanker.
Pero esta fragilidad y falta de liderazgo en nuestro sistema de emergencias genera una nueva y compleja grieta que debe ser abordada con seriedad, visión de presente, futuro y de Estado, sin mezquindad.
¿Estamos frente a un nuevo tipo de Teletón, de Chile Ayuda a Chile? Y no me refiero a la campaña para la recuperación o como suele llamarse en Chile, reconstrucción, sino a la próxima gran emergencia, donde la comunidad puede empezar a mirar primero a los filántropos para que manejen un componente básico en materia de seguridad pública, las emergencias, por sobre las autoridades del Estado y sus instituciones.
No reconocer que en esta emergencia se ha debilitado la acción del Estado, es nuevamente hacer como el avestruz. Reconocerlo abre una ventana al cambio y a saber la urgencia que merece la priorización, ya no solo de un proyecto de ley, sino la necesidad de recomponer las confianzas dañadas, los liderazgos debilitados, y por cierto la recomposición de las instituciones afectadas por administraciones que, siendo pasajeras, están dejando huella, una que debe ser corregida.
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