El padre narcisista

Fabiola Quiroga Villagra
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El padre, abogado y académico de una universidad privada en la capital, puertas afuera un hombre carismático, de charla fácil y dispuesto siempre a un café y a una cena; puertas adentro un hombre agresivo, manipulador y con clara muestras de personalidad narcisista, que según el DSM-V es un trastorno de personalidad que se entiende a manera de un patrón dominante de grandeza y que necesita constantemente la admiración, ya que poseen un aire irrazonable de superioridad, más allá de los rascacielos, que mira hacia abajo al mismísimo Everest y al Kanchenjunga.

La madre, médico de un hospital público, víctima del abuso de su esposo, experimentó por años una disminución significativa de su autoestima, alejando familia, amistades y salubridad. Finalmente, después de una década de estar bajo el yugo de la desconsideración, la manipulación emocional, la competencia encubierta y una toxicidad comparable sólo con el complejo geométrico de Dallol -en el norte de Etiopía-, considerado el lugar más peligroso de la Tierra, donde las nubes de gas venenoso y virulento no permiten la compatibilidad con la vida; tomó a sus hijas y nunca más volvió.

Alma y Marina, sus nombres, al fin sintieron el alivio de sentirse seguras y en calma, se cambiaron a una casa con su mamá y comenzaron a disfrutar de cosas tan propias de la niñez como el caminar descalzas, jugar con los cojines, ver películas infantiles las tres en el sillón comiendo galletas y tomando leche. Las mañanas ahora comenzaban con música y baile, nunca estuvieron tan felices, ahora la risa invadía cada rincón del hogar, se sentía la calidez de la ternura, se podía oler el amor generoso y entregado, se tocaba en el ambiente la melodía de la serenidad, por fin respiraban paz.

Las niñas, una de 6 y la otra de 8 años, eran parte del más de 73% de niños violentado por una figura cercana, según datos de la Unicef. Recuerdan la autoridad del padre y su siempre voz amenazante para que estén quietas, bien sentadas, perfectas, sosegadas e inamovibles, deseos propios del hostigamiento verbal, aplacando cual tanque sus deseos de niñez.

Pero el narcisista, que por definición de patología mental es alguien incapaz de manejar fracasos y críticas, pide visitas aún cuando las niñas se oponen, ya que el padre sólo puede ver su infundada propia importancia, sus logros ilimitados y su creencia en ser un hombre especial y único. Las visitas se otorgan y a las niñas el día señalado para el encuentro las embarga la angustia de enfrentarse a quien las reprimiera, aquel progenitor incapacitado de cuidar, incompetente para empatizar, e inepto para amar. Van caminando a una procesión de aflicción y congoja para mirarlo y decirle no queremos ir, luego ir corriendo a los brazos protectores de su madre

Después de meses de esta tónica de pesadumbre y desconsuelo, el abogado curador ad litem, que es el representante de los derechos de los niños y niñas ante la ley, declaró al padre no apto y prohibió las visitas. Se hace necesario, por lo mismo, menos tiempo de espera en tribunales de familia y que los abogados curadores ad litem puedan llegar con mayor rapidez donde se les precisa.

Alma y Marina suben la música y bailan y cantan y ríen, danzan entre la felicidad, la alegría y la tan anhelada calma, en una escampada apacibilidad de amparo y confianza.

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