Yendo voy

Fabiola Quiroga Villagra
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Yendo voy es una hermosa expresión del castellano, donde juntamos "ir" conjugado con "ir" en gerundio. Con estas palabras, en esta era de migración, tantos transitan, con esta expresión que da la imagen del movimiento constante en acción, como planeando; caminos, olas, tiempos.

Y sí, era verdad, venía yendo, caminando hace mucho tiempo para llegar a Chile, con tantas esperanzas, motivaciones, ilusiones y creencias; ella pensaba que vendría a un lugar lleno de agua y cordillera, donde el clima era tan diverso -como la flora y fauna de su natal Venezuela-, que el sol febril y férvido del norte se convertía en manto blanco, gélido, entumecido y arrebatado de nieve en el sur, no se equivocaba.

Salió un día luminoso del municipio de Sucre, su primera parada fue Ecuador, querían bajar por Perú pero se desviaron a Bolivia, cruzaron por Pisiga, donde sólo recuerda haber sentido el frio más hondo, agudo y estridente que había percibido, su delgado cuerpo de 11 años.

Ella, Ivelisse, caminaba imaginado, esperando llegar pronto, que sus pasos fueran kilométricos y no pequeños espacios en el sendero.

Llegó a Chile una mañana de domingo. Se asentaron en la periferia sur del gran Santiago, a los pocos días ya estaba ingresando a su nueva escuela, en una población con nombre de mujer -Santa Adriana- donde era recibida por compañeros de muchas partes de planeta. En la sala de clases, los distintos acentos agitaban el ambiente, los recuerdos migrantes trascendían, las costumbres de sus propias y divergentes culturas adornaban el espacio, engrandeciendo el aprendizaje, ilusionando con el conocimiento de lugares jamás pensados, enriqueciendo las experiencias vitales, llenando de mundo el aula.

Acá aprendió que estaba en el territorio de las momias más antiguas de todas las civilizaciones, y que éste era el país más largo y angosto que existe en el mundo. En una clase de lenguaje supo que Chile contaba con la palabra más precisa de la humanidad entera, heredada de los Yaganes, en la Tierra del Fuego; la expresión es "Mamihlapinatapai", que significa "una mirada entre dos personas, cada una de las cuales espera que la otra comience una acción que ambas desean pero que ninguna se anima a iniciar".

De a poco se fue incorporando a este clima distinto, a este hablar más rápido, a la imperturbable templanza del chileno frente a un sismo, y a presenciar la veneración al pan por la mañana.

En el 2021 se estimaba que habían más de 6 mil niños y niñas migrantes en nuestro país, más de 36,5 millones a nivel global y cientos de miles en constante desplazamiento, un éxodo que busca salir de la pobreza latente, de su propio lugar de origen, que los lleva a una escapatoria evasiva, es sin duda una infancia carente de refugio, desprovista de seguridades, falta de lo más básico, con la ausencia dolorosa de los derechos fundamentales, por eso y por todo debemos velar por ella en cada rincón, en cada momento, en cada espacio. Entonces, es clave preguntarnos ¿avanzaremos en la integración para ellos?

Cuando le preguntaron a Ivelisse por qué tan largo viaje, ella fue clara, con su voz de niña y encogiéndose de hombros dijo: "Por necesidad, por ilusión, nadie deja a los suyos y se va de su casa por que quiere".

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