Conviene reflexionar ahora sobre lo que pasa en Brasil. En parte, es un reflejo de lo que ya sucedió en Chile, durante la revolución neo-liberal de Pinochet, con su achicamiento y fragmentación del Estado y los sindicatos, y su gran ola privatizadora, que entregó las riquezas naturales del país a la banca internacional.
Con meridiana, excepcional nitidez, es justamente lo que está realizando ahora mismo en Brasil el gobierno encabezado por Jair Bolsonaro, eclipsando la obra en todos los ámbitos del Partido de los Trabajadores.
Lula, obrero metalúrgico por dos veces Presidente del país, está en la cárcel con cargos no demostrados de corrupción, fue quien timoneó el proyecto de los Trabajadores, y era de lejos el favorito en las encuestas presidenciales para la última elección. Lo bajaron de la campaña con la cárcel, permitiendo así el ascenso de Bolsonaro al gobierno.
El proyecto de Lula está siendo demolido, para ser sustituido por otro neo-liberal extremo, es decir, a la chilena.
Dado que el proyecto que acabe por imponerse y consolidarse en Brasil, afectará para bien o para mal, y durante las próximas décadas, el devenir del clima político mundial, del clima atmosférico mundial, y aquél viejo sueño de soberanía y unión latinoamericana, y también de todo el sur global (encarnados en el MERCOSUR y en los BRICS, que Lula articuló), por lo que creo importante reflexionar.
Tomemos como índice el asunto de la Amazonía, de moda últimamente a causa de los grandes incendios intencionales de quienes quieren tornarlas “tierras productivas”.
En los años 60 del siglo pasado, ya los dictadores militares brasileros soñaron transformar esta selva, de la que Brasil posee el 60%, en una gran finca agropecuaria.
Tómese en cuenta que, en otras latitudes - Chile, Uruguay - la desaparición forzada del bosque nativo, había sido realizada décadas antes, para dar paso precisamente a tierras productivas (ganadería, monocultivos forestales y de otro tipo). Hubo intentos, en Brasil, de conseguirlo. Aún hoy éste país es uno de los principales exportadores de carne del mundo.
Pero la dictadura se acabó y en 1988 vino una nueva Constitución, que consagró, entre otras cosas, los derechos territoriales indígenas, protegiendo amplias regiones de la selva, sentando las bases para que, durante los gobiernos del Partido de los Trabajadores, los mecanismos estatales de protección ambiental, perfeccionados y fortalecidos, tornaran posible la realización material de estos derechos.
Más que nada, y tal como lo explica Lula en una de sus últimas entrevistas, se trataba de valorizar en la Amazonía su biodiversidad, y apostar al desarrollo nacional por otras vías, más sustentables.
Por contraste, el gobierno de Bolsonaro, ampliamente respaldado por el poderoso lobby de la agroindustria, y por los intereses mineros estadounidenses (el subsuelo de la Amazonía está lleno de minerales raros) ha debilitado sistemáticamente, removiendo de sus cargos a los funcionarios claves, retirando la asistencia que el ejército y la policía militar les brindaban a las instituciones encargadas del monitoreo y protección de la Amazonía.
Aún más, los Gobernadores locales, en su mayoría bolsonaristas, han llamado abiertamente a no pagar las multas ambientales, a desconocer a los agentes fiscalizadores, ahora impotentes sin el apoyo de las fuerzas armadas.
Parece que estamos ante el éxito y la culminación de un largo proceso orquestado mayormente desde fuera del Brasil. Sobre la infiltración del ejército por parte de intereses de los Estados Unidos, y sobre la expansión de la ética protestante, proclive a la visión política que ahora encarna Bolsonaro, véase este impresionante reportaje.
Frente a este escenario de entrega de las riquezas nacionales, no solo de la Amazonía, sino también de los yacimientos de petróleo, las grandes empresas estatales, y los enormes dineros fiscales destinados por Lula a las jubilaciones, la salud y la educación públicas, y los programas sociales, a intereses de lucro privados, y desde la cárcel de Curitiba, el preso político más importante de la hora presente, Ignacio Lula Da Silva, se pregunta en voz alta “¿y dónde están ahora los militares nacionalistas?”
Lula, actualmente sin acceso a Internet, y viviendo hace 500 días en una celda de tres por tres, acusado sin pruebas de haber recibido como coima un departamento triplex en la playa, sí está facultado para recibir periodistas, y en una de sus últimas entrevistas, se explaya sobre la vigencia de su proyecto, sobre su visión para un camino diferente al desarrollo nacional, y se muestra agudamente consciente del papel independiente que le cabe al Brasil a nivel geopolítico global.
En el plano diplomático, Bolsonaro, por su parte, ex-militar y notorio entreguista (de las riquezas nacionales a privados extranjeros), se ha dedicado metódicamente a deteriorar las relaciones internacionales del Brasil con casi todos los países, incluyendo a Francia, Argentina y Chile, y a dejar en vergüenza el nombre de su país, mostrando, por contraste, un humillante servilismo ante los intereses de los Estados Unidos e Israel, hasta el punto de loar la tortura y el asesinato político, y tratar a los campesinos del Movimiento Sin Tierra, y a los palestinos, de terroristas, y de ensalzar la dictadura de Pinochet.
Al ver esta entrevista, y al observar la obra de Bolsonaro, se entiende de sobra por qué Lula, que es aún hoy el político más popular del Brasil, está preso.
Su forma de entender el rol social protector del Estado, y el lugar estratégico, conciliador e independiente que le corresponde al Brasil, en el escenario global, que ahora aparece dominado por una polarización y una guerra principalmente mediática y comercial (entre el bloque China-Rusia, y un imperio americano ya en franca decadencia), son propias de un estadista de primera linea mundial, y se contraponen diametralmente al proyecto de Bolsonaro.
En alguna parte de la mencionada entrevista, que se puede reproducir aquí, Lula, evoca anécdotas de pasillo, de cuando era presidente y Obama le presionaba para que condenase a China (actor clave en los BRICS), por su aporte a la polución del planeta. Lula, por supuesto, no lo hizo. Vale la pena escuchar a Lula mismo explicarnos el por qué.
Y de paso asimilar, en esta hora de confusión, polarización e incertidumbre globales, la fuerza y la integridad de un político latino-americanista, cuya nobleza moral lo hacen equiparable a líderes como Salvador Allende.
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