Vladimir Putin ha jurado como presidente de Rusia por cuarta ocasión. En el discurso de presentación de su nuevo mandato, volvió a enfatizar en el rol de liderazgo que Rusia debe perseguir en el concierto internacional. Estrategia que se basa en tres pilares, el militar, el diplomático y el económico. Pero ¿son estos anuncios, suficientes para lograr una nueva imagen a nivel internacional?
Luego de una breve revisión, es fácil visualizar como el eje militar se descubre en la intervención en el este de Ucrania, la anexión de la península de Crimea y la participación directa en el conflicto sirio, todos eventos en los que Rusia ha mostrado la fuerza de su poder bélico y la aspiración a combatir el liderazgo armado de los EE.UU.
En el ámbito diplomático Rusia, lejos de caer en la tentación del aislacionismo, tras ser retirada del G-8, ha buscado alianzas con las demás potencias emergentes formando el grupo de los BRICS, compuesto además por Brasil, India, China y Sudáfrica.
Este grupo de coordinación política-económica, no obstante, ha carecido de la influencia internacional que potencialmente se le esperaba dado los diferentes problemas internos que sus miembros han enfrentado. Por otra parte, en los últimos años Rusia ha reforzado contactos con Turquía e Irán, actores claves en la convulsionada zona del Medio Oriente.
Es, sin embargo, en el ámbito económico donde Vladimir Putin enfrenta uno de sus mayores desafíos. Si bien la economía rusa goza de un superávit comercial desde hace más de veinte años, sigue siendo extremadamente dependiente de las materias primas.
El petróleo y el gas natural componen casi el 45% de sus exportaciones, por lo que el valor que estos commodities alcancen en el mercado mundial es clave para estimar el estado de las cuentas públicas rusas.
Esta excesiva dependencia es la que Putin desea superar con el concepto de “proryv” que usó en repetidas ocasiones en su discurso inaugural. Este “salto adelante” significará, entre otras cosas, reducir y agilizar la anquilosada burocracia del país, diseñar políticas que modifiquen la carga tributaria y que incentiven la inversión, planes para aumentar la productividad de los trabajadores e incentivar el desarrollo de la tecnología y la innovación en el país, como por ejemplo en el sector agroindustrial. Todo ello, en vista de sacar a Rusia del magro crecimiento de los últimos años y volver a posicionarla entre las primeras cinco economías del mundo, y a la vez, mejorar la calidad de vida de los rusos que enfrentan históricos problemas como mayores niveles de pobreza y una menor esperanza de vida y poder adquisitivo que sus vecinos de Europa Occidental.
Esta nueva política de integración de Rusia, también abre la posibilidad para Chile de estrechar aún más los lazos comerciales con esa nación y en especial, con la UEE (Unión Económica Euroasiática), accediendo a un mercado de más de 180 millones de habitantes, con especial potencial para alimentos y vinos.
Un renovado panorama interno que abrace ciertas reformas pro mercado, mejoraría la imagen del país en el extranjero, aunque éstas reformas por sí solas no son suficientes para lograr un cambio permanente en su perfil internacional.
Estas deben ir acompañadas de una condena oficial a otras prácticas de las que se le acusa a Moscú, como lo son la publicación y difusión de noticias falsas, con la probable injerencia que implicaron en el resultado de las últimas elecciones en EE.UU. y el entrenamiento de un supuesto ejercito de “hackers” listos para realizar cyber atentados a sectores estratégicos de gobiernos y empresas en el extranjero. Esto aún sin considerar la demanda por mayores libertades civiles y políticas que se plantean tanto desde dentro como fuera del país.
En definitiva, el mandato de Putin debe ser capaz de devolver la confianza, posibilitando la reducción o la eliminación de las sanciones económicas y comerciales que pesan sobre el país y ciertos funcionarios y empresas rusas, algo que, al mismo tiempo, ejercería como un impulso para la llegada de los recursos y así, reforzar los vínculos con el sector financiero y la inversión extranjera, necesaria para alentar aquel “salto adelante” que Putin desea.
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