Se termina un año marcado por resultados electorales considerados “extraños”. Inglaterra decidió salir de su relación con Europa, Estados Unidos eligió a un empresario populista y poco preparado en temas internacionales, Colombia votó en contra del acuerdo de paz trabajado minuciosamente por largos cuatro años de negociaciones.
Sin mencionar que en Filipinas se eligió a un presidente que busca implantar cuotas de asesinatos de supuestos narcotraficantes, o en Brasil el Senado, con múltiples miembros acusados de corrupción, destituyó a la Presidenta por haber encubierto las finanzas públicas.
El 2016 será recordado como el año donde se consolidó la distancia entre la política tradicional y la ciudadanía, donde los votantes se movieron desde la desconfianza con el cada vez más elitista mundo político. Con propuestas políticas que tratan de responder a las necesidades ciudadanas, sea con muros, con ejecuciones, con expulsiones o con mares llenos de migrantes que no son recibidos por nadie.
El panorama internacional está también marcado por el temor. Por la sensación que en cualquier esquina puede aparecer un acto terrorista de grupos organizados o individuos enceguecidos que aniquilan a muchos y hieren a todos. No sólo hablo de Francia o de Estados Unidos sino también de Yemen, de Siria, del Congo, de Nigeria, en fin de muchos países donde la realidad de la violencia, la tortura, las violaciones son hechos que ya ni siquiera sorprenden.
Naciones Unidas como sistema está con cuentas en rojo. Su capacidad de generar propuestas globales, inclusivas, que pongan el acento en los temas relevantes del planeta es baja. Parece consolidarse una diplomacia de amplios salones y adornadas reuniones más que una de apoyo y solidaridad. El sistema necesita un cambio, la burocracia internacional no logra entregar respuestas ni soluciones y muchas veces compleijiza avances regionales de calidad. Por supuesto que hay diferencias pero en promedio su accionar no supera la nota mínima.
En América Latina las relaciones internacionales están marcadas por el “giro a la derecha”. La izquierda latinoamericana debe enfrentar una profunda reflexión.
¿Qué pasó con Chávez, Cristina o Lula que terminaron con vinculaciones a hechos de corrupción evidentes? Morales, Correa y Ortega parecen pensar que perpetuarse en el poder es la única forma de consolidar sus propuestas. La reflexión es urgente.
Por otro lado, el giro a la derecha parece estar marcado por la llegada de algunos empresarios al poder, Macri en Argentina y PPK en Perú podrían ser una señal, pero aún está por verse si logran desarrollar gobiernos que logren regular mercados consolidados sobre la colusión y las malas prácticas. Además de librar fuertes batallas en la relación política y dinero.
OEA, MERCOSUR, UNASUR y ALIANZA DEL PACIFICO deben revisarse. De nada sirve el festival de cumbres presidenciales sin acuerdos ciertos ni avances específicos.
Más allá de lo que pase en el vecindario, el 2017 estará marcado por los posibles cambios de la política exterior estadounidense. Su relación con Rusia. La distancia con China. La construcción del muro y muchas otras iniciativas pueden marcar el derrotero de un mundo más convulsionado e incierto. El pronóstico no es alentador.
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