Tras diez meses y luego de dos elecciones generales que arrojaron una correlación de votos insuficientes que impidieron aventajarse entre las distintas colectividades y candidatos, ya que la torta del pastel electoral se fraccionó en más trozos a los que engullían el PP y el PSOE que tradicionalmente concentraban un aplastante 85% de los votos desde la restauración de la democracia en 1977, lo que ya no es posible dada la irrupción de Podemos y Ciudadanos, viene a poner la lapida al bipartidismo y extingue de modo innegable que a futuro se conformen gobiernos de mayoría en España.
Es lo que explica la prolongada parálisis política, tiempo que solo sirvió para que los distintos conglomerados maniobraran en función de sus propias expectativas. Esto se reflejó nítidamente con ocasión de la primera elección, cuando el candidato socialista Pedro Sánchez, que había obtenido el segundo lugar con 90 escaños, tras los 123 de Mariano Rajoy, a petición del rey, aceptó presentarse en la legislatura para ser investido como presidente del Gobierno, pero solo recibió el solitario respaldo de los liberales y el rechazo simétrico tanto del PP y Podemos, siendo que esta última, había participado en reuniones conjuntas con el PSOE y Ciudadanos, para explorar la viabilidad de respaldar una coalición entre socialistas y liberales.
No prosperó al decir del líder Albert Rivera, cuando se percataron que la finalidad e interés primordial de Pablo Iglesias, era “reventar básicamente el acuerdo”, agregando que no aportó “matices” ni menos defender “enmiendas, sino más bien, a dinamitar, liquidar”.
En un tono más sarcástico, el vocero del PSOE, Antonio Hernando, le envió el siguiente mensaje: “Gracias por no intentarlo en absoluto, Pablo”. Esto corroboraba que su interés y estrategia no era desalojar a Mariano Rajoy de La Moncloa, sino que apuntaba a nuevos comicios, en una especie de segunda vuelta, estimulado con la idea de incrementar su votación dada la diáspora de socialistas muy desencantados, que incipientemente comenzó a incubarse en el movimiento de los “Indignados” en el 2015 y que encontraron en Podemos un nuevo domicilio político.
El propósito era arrebatarle al PSOE su peso gravitatorio en las ideas de izquierda, lo que suponía desplazarlo de su ubicación como segunda fuerza en el mapa electoral, para adueñarse de un espacio ideológico que no admite puntos de comparación, ya que es absurdo abstraerse y desconsiderar los 21 años que estuvo el PSOE a la cabeza del gobierno español, tanto en la primera etapa con Felipe González (1982-1996), y la que encabezó entre (2004-2011) José Luis Rodríguez Zapatero, aunque consignemos que su ascendiente electoral se ha desgastado y dista mucho de aquél 48% que exhibía en décadas pasadas. Hoy apenas se empina por sobre el 22%.
No obstante que en la segunda elección los socialistas no vieron amagada su posición como segunda fuerza electoral, sufrieron una nueva merma con cinco escaños menos respecto a la primera vuelta, mientras que Podemos consiguió aumentar dos escaños, haciendo añicos las expectativas triunfalistas que se había forjado su líder, fueron sepultadas por el magro resultado y con ello las aspiraciones presidenciales de Iglesias, ya que su apuesta era lograr transformarse en el líder de una coalición para formar gobierno con el apoyo del PSOE y los liberales de Ciudadanos, donde incluso se había apresurado a decir que Pedro Sánchez podía ocupar la vicepresidencia.
¡No le quedó más que pimplarse el sabor amargo de una derrota impensada!
Para que finalmente Mariano Rajoy pudiese ser investido para su segundo período como presidente del gobierno español, fue necesario que los socialistas fraguaran una maniobra al interior de su propio partido, que no trepidó en sacrificar a su líder Pedro Sánchez, perfilando con ello el camino de la abstención y alinearse en función de destrabar el brete derivado de las distintas intransigencias que arrinconaron mejores caminos de salida para la crisis institucional.
Si tomamos en consideración las palabras de una figura que aun concita un amplio ascendiente en las huestes del socialismo español, como Felipe González, quien dijo sentirse “frustrado” luego de oír de labios del mismísimo Sánchez, “que se abstendría en la segunda votación”, pero que en los hechos seguía mostrándose como el principal escollo a esa posibilidad, emplazaba a la colectividad a tomar una definición a la brevedad que se hiciese cargo de las diferencias de las dos corrientes en pugna.
Su debacle personal fue fruto de su pertinaz negativa a proveer espacios para que el PP se hiciese de un segundo período de gobierno, lo que contrariaba la opinión de no pocos críticos al interior de la colectividad, quienes en un encuentro convocado para zanjar esos desacuerdos, sellaron su salida de la jefatura del partido mediante una inusual votación a mano alzada, venciéndolo por 26 votos.
Esta decisión, sin duda alguna, fracturó su cohesión interna y la indisciplina de 15 diputados que no acataron la orden de abstenerse, es el fiel reflejo de ello, mientras que Sánchez optó por una fórmula más matizada, renunció previamente a su cargo de diputado para no verse impelido a desobedecer a quienes lo sustituyeron en la testera del partido.
La salida proporcionada por los socialistas, a sabiendas que ello era desaprobado por el grueso de su base de militantes, permitió abrir el cerrojo que tenía atascado al sistema institucional, pero lo deja muy debilitado ante la opinión de su propio electorado.
A eso hay que sumarle los reproches de Pablo Iglesias, quien ha dicho que desde Podemos no contribuirán a “blanquear” un partido que entrega el gobierno al PP por “muy rojos que se pongan” frente a éste segundo período presidencial de Rajoy, en alusión a la insoslayable necesidad de alcanzar acuerdos, ya que no dispone de mayoría suficiente en el legislativo para aprobar una serie de iniciativas claves.
En ese contexto, el despliegue estratégico que empleen, entregará los primeros latidos del ritmo respiratorio para este nuevo trayecto que deja atrás la inmovilidad de tantos meses.
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