Hace algunos días apareció a más de 3.000 metros de profundidad el testimonio palpable de que muchas naciones con exacerbada voluntad geopolítica o con un mero interés en los descubrimientos científicos (o ambos) se aventuraron en aguas polares desde fines del siglo XIX hasta la década de 1920, en lo que se ha denominado "época heroica de la exploración antártica".
En el mar de Weddell yacía notablemente incorrupto el Endurance, de la trágica Expedición Imperial Transantártica, cuya tripulación fuera rescatada por el piloto Luis Pardo en la escampavía Yelcho en 1916. Ya el 2014 y 2016 se habían encontrado los restos del Erebus y del Terror en el Ártico, buques que protagonizaron la increíble travesía de James Clark Ross en la Antártica (1839-1843) y que encontraron triste final en el Ártico (1845), con la pérdida de ambas naves y los 135 expedicionarios abordo en extrañas circunstancias, tanto que alimentaron la ficción de Dickens, Verne y más recientemente la serie de televisión "The Terror".
Ese increíble esfuerzo por cartografiar, mapear y describir el entorno físico y biológico de la Antártica, muchas veces más allá de las capacidades tecnológicas de su tiempo, se dio en un marco de expansiones imperiales y un orden mundial liderado por la voluntad "civilizadora" de muchos estados, que veían en Antártica el desafío de la última frontera terrestre a ser conquistada. La Antártica de Dumont d'Urville, Nordenskjöld, Ross, Shackleton, McFarlane y nuestro ilustre Pardo, era una Antártica distante, enigmática y aislada. Tan desconocida, que no fue hasta los '80 que comenzamos a hablar de que en la Tierra había seis continentes y no cinco.
Hoy asistimos a otros tiempos. Desde la Cumbre de la Tierra de 1992, conceptos como cambio climático, acidificación de los océanos o pérdida de la biodiversidad, que conforman el cambio global, resultan ser indivisibles de lo antártico.
Si sumamos a ello el incremento medio del nivel del mar, el aumento de los microplásticos, la pérdida acelerada de masa de los glaciares y el "black carbon", que producto de los megaincendios en Australia y Chile, está oscureciendo los hielos antárticos, deberemos asumir que la Antártica del siglo XXI es permeable a todos los males del mundo y profundamente vulnerable. Y es ingenuo suponer que dichos cambios tendrán solo consecuencias a nivel del único y delicado ambiente antártico. Hoy es considerada uno de los laboratorios naturales más relevantes y se sabe que ejerce un poderoso efecto regulador sobre el planeta. Por ejemplo, el océano Austral absorbe casi la mitad del dióxido de carbono secuestrado por los océanos del mundo, la corriente circumpolar antártica regula la actividad física y biológica de distantes regiones de la Tierra, entre muchos otros efectos. Para Chile, el país más próximo y bajo la influencia directa del Continente Blanco, estos efectos son muy conspicuos, siendo factor determinante en patrones de vientos y precipitaciones, eventos catastróficos, productividad primaria del océano, nieve acumulada en la cordillera, nivel del mar, etc.
Por lo anterior, la importancia de realizar investigación científica de calidad en la Antártica es capital, si esperamos comprender el alcance de su influencia sobre Chile continental sudamericano y el mundo, pero también, para proteger adecuadamente la biodiversidad antártica, que es mucho más extensa, ecológicamente diversa y biogeográficamente limitada de lo que se pensaba anteriormente.
La vida en la Antártica y en el océano Austral es sorprendentemente rica y está tan amenazada por el cambio ambiental como en cualquier otro lugar. Su confinamiento y lejanía dejó de ser argumento para mantenerlo prístino y libre de especies invasoras. Chile, por su cercanía e interdependencia biótica, es un creciente responsable de su destino, como custodio y centinela.
Hoy en día, cuando discutimos el futuro de Chile, de su desarrollo social y económico, de su diversidad cultural y biológica, es imperativo sumar a esa ecuación el factor antártico, junto con asumir que nuestra interdependencia y proximidad nos hace también responsables del destino del sexto continente.
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