Democracia regional a prueba

Qué difícil ha sido lograr un acuerdo respecto el proyecto de ley que regulará la elección directa de los Intendentes o gobernadores regionales y que, de paso, entrega más facultades de gestión a los gobiernos locales para profundizar un carácter descentralizado del aparato Estatal.

Se alega una serie de excusas para dar luz verde a una ley esperada por las regiones. Sabemos que el proyecto no es perfecto y que la fórmula tal vez no se ajusta a lo que todos hubiésemos querido, pero lo cierto es que la democracia exige también ceder a los acuerdos, porque de lo contrario simplemente no podríamos avanzar.

Existe la sospecha de que este proyecto afecte las cuotas de poder que los partidos suponen tener en las regiones, y esta consideración sea el freno a la decisión de algunos para apoyar la iniciativa. Pero las regiones no son feudos de algún caudillo, los gobiernos regionales no les pertenecen a cúpulas partidistas de Santiago, ni las intendencias son catapultas de algún  líder centralista. Las regiones tienen autonomía e historia propia y eso debe ser un axioma en las cuentas a sacar.

Un fracaso en la tramitación de esta reforma sería un nuevo golpe a la credibilidad de los actores políticos, ya sea de oposición como del oficialismo. No hay beneficio de hacer  caer el proyecto por falta de apoyo y será la ciudadanía -el electorado de regiones- el que sancione un nuevo fallo que sepulte compromisos adquiridos sobre regionalización.

La política es un ejercicio de profunda responsabilidad y realismo ante  las urgencias  que marcan  el camino al desarrollo. La autonomía regional, la celeridad en la toma de decisiones y la descentralización del poder, son elementos esenciales para avanzar en esa dirección; es ahora cuando la democracia regional se pone a prueba.

¿A qué le tenemos tanto miedo con la elección de intendentes? ¿Qué surjan liderazgos locales que amenacen a los dirigentes históricos de los partidos en Santiago, a los parlamentarios en ejercicio? Pues esa es la idea también: generar el necesario recambio no sólo generacional, sino también territorial en la representatividad popular.

Cuando se habla de la necesidad de recuperar la confianza de la ciudadanía en la política, es justamente en momentos como estos que esa urgencia debe ser puesta por sobre toda otra consideración.

Es hora  que sea esta generación y no otra, la que ponga un poco de equilibrio en una balanza que ha estado demasiado tiempo inclinada hacia un centralismo que no ha resuelto con total eficiencia ni siquiera los asuntos más apremiantes en  las provincias.

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