La desconfianza es de todos, no solo del empresariado

Una palabra que ha tenido amplia difusión en los últimos dos años es la desconfianza.Los dirigentes del gran empresariado no pueden emitir una opinión sin partir mencionando que el principal problema que enfrentan es, precisamente, este término.

Según el Diccionario de la Lengua Española, confianza es la “esperanza firme que se tiene de alguien o algo” y, en otra acepción del vocablo, señala que es “un pacto o convenio hecho oculta y reservadamente entre dos o más personas, particularmente si son tratantes o del comercio”. Desde el punto de vista de esta nota, se considerará la primera, ya que es la que prima, aunque hay algunos agentes económicos que han actuado prefiriendo la última, aunque sea más limitada y mercantil. El término está estrechamente asociado a la seguridad que una persona tenga sobre que lo que suceda estaba previsto o acordado previamente, sea otra persona o la sociedad.

De la definición se desprende que es un valor que atañe a todas las personas, que es esencial en las relaciones con los demás, sin el cual se deteriora la convivencia social, el espíritu de vivir en comunidad.

Lo contrario es la  desconfianza, ese sentimiento que impera en el país, abarcando todos los segmentos sociales, aunque se manifieste de diferentes formas. No solo los empresarios la sufren, se ha ido extendiendo generalizadamente, originando una serie de sensaciones y actitudes negativas como incertidumbre, suspicacias, cautela y, lo que es peor, la inseguridad sobre las reacciones de los otros.

Si bien el tema es complejo, se pueden entregar algunos elementos que la describen. Las manifestaciones más nítidas se encuentran en la falta de confianza de la población  en los propios empresarios, agudizada por los escándalos financieros y en el uso del dinero para influir en el mundo político, a lo que suma la constatación de los abusos que sufren los consumidores.

Los últimos temas que empeoran el fenómeno son la formación de las sociedades “pirámides”, no sujetas  a normas y controles claros, y los escándales en el fútbol profesional.

A lo anterior se suma la desconfianza en el Gobierno, consecuencia de los tropiezos que ha tenido en la implantación de sus grandes reformas (tributaria, educacional y laboral), su mal diseño y las pretensiones “retroexcavadoras” que subsisten, a lo cual se agregan los problemas de gestión y la ausencia de un liderazgo presidencial que guíe a su coalición y arbitre las diferencias.

La desconfianza en el mundo político y en los partidos es también muy seria porque los afecta a todos. La ausencia de liderazgos sólidos se une a la carencia de planteamientos generales para enfrentar la encrucijada que afronta el país. La carencia de mística en esos partidos también es consecuencia de la burocratización de sus directivas, cada vez más capturados por sus parlamentarios y sus fines electorales, descuidando la participación de sus cuadros técnicos y de las comunidades organizadas. La mejor demostración es la indefinición frente al tema de la Reforma Constitucional, en que después de dos años no hay propuestas concretas, no solo de los procedimientos sino tampoco de los contenidos.

Es difícil señalar en pocas líneas el origen de la desconfianza generalizada que sufre el país, pues es un tema complejo, pero se pueden plantear algunas hipótesis.

Desde un punto de vista histórico se constata que Chile ha ido acumulando una serie de problemas que no ha sabido resolver e incluso se han agravado en el tiempo; ellos van desde la modernización del Estado hasta diferentes políticas sociales, tanto tradicionales (educación, salud, previsión social, vivienda) hasta temas nuevos como son el medio ambiente y la regionalización. Se puede agregar la inseguridad pública. Ya no sirve la explicación que en la transición hacia la democracia era necesario diferir algunos cambios o que no se puede hacer todo a la vez.

Entre los factores que influyen en la desconfianza hay que señalar la extrema desigualdad existente en Chile, que no solo se refleja en la distribución de los ingresos, sino también en el acceso a la educación y la salud; en la segregación urbana, especialmente en Santiago; en la discriminación social, donde no se ha logrado reducir la separación entre las clases sociales; en el machismo que todavía subsiste en amplios sectores y en la distancia que se establece con los inmigrantes, especialmente los provenientes de Latinoamérica.

A pesar de algunos avances de importancia, como la reducción de la extrema pobreza, la falta de equidad continúa siendo una fuente de distanciamiento entre los grupos sociales y motivo de desconfianza en “el otro”. A lo anterior cabe agregar la concentración productiva, que constituye otro germen de desconfianza entre los habitantes, especialmente en el mundo laboral.

En el origen de la desconfianza también están factores calificados como ideológicos, que empiezan a formar parte de la cultura o identidad nacional. Algunos lo califican como el “modelo” chileno de desarrollo, fuertemente influido por las corrientes neoliberales y la mercantilización de la sociedad. Los elementos principales que lo conforman son el énfasis en el individualismo y la competencia.

El primero está asociado a la creencia que el ser humano es esencialmente egoísta y que, en la medida que se le permita actuar libremente en la búsqueda de sus preferencias, se logrará el bienestar social. Por su parte, los estímulos que genera la competencia entre los seres humanos los haría superarse personalmente con el respectivo beneficio para todos.

En la medida que se privilegia la libertad personal y el individualismo y se fomenta la competencia se generan fuerzas que llevan al aislamiento ciudadano y a la desaparición de la solidaridad en todo tipo de comunidades, así como al menosprecio de las acciones estatales.

La agudización de los sentimientos de desconfianza en la población genera efectos nefastos sobre las principales variables del bienestar social. Influye en el crecimiento económico y la inversión, ya que afecta la seguridad que las iniciativas que se emprenden tengan alguna certeza de poder lograr las metas previstas.

Como resultado, se perjudica la capacidad para generar empleos y la posibilidad de tener recursos para implementar las políticas sociales que reduzcan la desigualdad. La incertidumbre pasa a ser un factor que impide el logro de un mayor bienestar.

La desconfianza generalizada provocada por el extremo individualismo rompe la cohesión social y la colaboración entre las personas, así como los sentimientos de solidaridad.

Finalmente, constituye un elemento que perjudica los avances hacia la democratización del país. 

Desde Facebook:

Guía de uso: Este es un espacio de libertad y por ello te pedimos aprovecharlo, para que tu opinión forme parte del debate público que día a día se da en la red. Esperamos que tus comentarios se den en un ánimo de sana convivencia y respeto, y nos reservamos el derecho de eliminar el contenido que consideremos no apropiado