La necesaria unidad

El próximo domingo 16 de noviembre marcará un punto de inflexión en nuestro país. Tras interminables cuatro años, ese día podremos medir en las urnas a quienes desean la continuidad del gobierno del Frente Amplio y el Partido Comunista, y quienes deseamos un cambio que permita retomar el rumbo de la seguridad, el desarrollo, la paz social y el crecimiento.

Nadie pretende evadir que quienes estamos en la vereda del frente del oficialismo tenemos enormes diferencias. Sería inoficioso, asimismo, negar que aquello es una consecuencia de la historia de nuestra construcción como país: no es que la izquierda sea un remanso de paz, pero el caudillismo y los maximalismos parecen haberse instalado, definitivamente, en mayor medida en los partidos de centro y derechas que en los de inspiración marxista o socialdemócrata.

La existencia de la UDI, Renovación Nacional, Evópoli, Republicanos, Social Cristianos, el Partido de la Gente y Nacional Libertarios, entre otros, responde a una realidad, pues hay justificadas diferencias entre ellos. Sumemos a eso las distancias existentes entre sectores de centro que legítimamente optan a una distancia con el octubrismo, como Amarillos por Chile y Demócratas. Hay obvias diferencias de propósitos y proyectos, pero pareciera a veces que para algunos las diferencias entre estos sectores parecen ser incluso más largas que las existentes entre ellos y la izquierda.

Sin embargo, la crisis que enfrenta Chile nos fuerza a ser sensatos y recordar, como Max Weber lo enseñaba, que la convicción a veces colisiona con la responsabilidad. No hay simulación electoral que no arribe a la misma conclusión: llegar a una primaria presidencial el 29 de junio que confluya a todos estos sectores, presentando una sola opción opositora a la izquierda, podría permitir a quien la gane incluso triunfar en primera vuelta. Y una sola lista parlamentaria entre ellas permitiría incluso arribar a la anhelada mayoría parlamentaria, cercana al 58 a 60%, que permitiría deshacer legislativamente los malos efectos de gobiernos de izquierda -Bachelet II y Boric- que han provocado tanta frustración, proliferación de la delincuencia, cesantía, polarización y desigualdad, y darle gobernabilidad al proyecto de unidad de quienes fuimos capaces de enfrentar juntos el plebiscito de septiembre de 2022.

Quienes hoy tenemos cargos de dirigencia en nuestros respectivos partidos nos vemos enfrentados a un desafío mayúsculo: mantener la historia de desencuentros, exacerbar nuestras diferencias, y con eso permitirle a la izquierda un éxito electoral, o buscar, con el alto costo y sacrificio que eso conlleva, la unidad electoral de las derechas y el centro. Algunos dirán que es imposible, pero parafraseando al presidente Frei Montalva, quienes tenemos claro quién es el rival no debemos claudicar en aquello, pues nunca se humilla quien pide por la patria.

Hablo aquí de un pacto electoral y no de una forzada fusión política. Las diferencias, liderazgos, historias y formas de relación de quienes estamos en la oposición no permiten pensar hoy en un proyecto político común. Pero la historia nos recuerda que las consecuencias de no actuar sensatamente solo benefician a quienes pretendieron la refundación de Chile.

Sergio Onofre Jarpa en "Creo en Chile", libro escrito hace más de 50 años, nos da un ejemplo de una de esas tantas veces en que hemos actuado irresponsablemente: "La quiebra de la Convención Presidencial de 1946 demostró la carencia de visión política de los dirigentes de los partidos derechistas. Empeñados en una lucha de primacías partidistas, y temiendo ser desbordados por un verdadero Gobierno Nacional, impidieron la designación de Jaime Larraín, el único candidato que aportaba fuerzas del Trabajo, que votaban habitualmente con la Izquierda, y cuya integración en la Derecha habría significado una reordenación política y social de trascendencia histórica". El resultado, bien lo saben los que estudian la historia, fue la derrota del sector, con todo a su favor, y el triunfo de González Videla representando a la izquierda, con 40,2% de los votos.

Podrán tratarnos de ingenuos, de obsesivos o de un sinfín de adjetivos, pero la necesaria unidad de los sectores de centro y derecha en un pacto electoral común es algo que Chile requiere. Como lo pedía el Presidente Piñera hace 10 años, "no hay caminos a la unidad, la unidad es el camino".

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