Plurinacionalidad, (pseudo)unidad y memoria

Los dos primeros vocablos del título pudiesen parecer contradictorios, recíprocamente excluyentes, lo que no es efectivo, a no ser que se tuviese una concepción falsa de unidad.

Parto estableciendo un principio: la unidad no es uniformidad, le pese a quien le pese. El concebirla como uniformidad es la que la convierte en pseudounidad; puesto que el concepto de unidad lleva implícita la diferencia, la diversidad, la "otreidad". La unidad surge de la colaboración de entidades diversas. El gran error consiste en la negación de lo otro y, en definitiva, del otro. Negación que en nuestra historia se ha dado tantas veces con sangrientas consecuencias.

Para quienes profesamos la fe cristiana, el modelo de unidad lo constituye la Santísima Trinidad: tres personas distintas y un solo Dios. Esa unidad en la diversidad es el prototipo de cualquier comunidad. Más aún, Jesús mismo puso como ejemplo de prójimo a un otro bien distinto, a un extranjero menospreciado por los judíos: un samaritano (ver Lucas 10,25-37).

Por lo anteriormente dicho, me es muy difícil entender a quienes niegan un hecho tan evidente como es la plurinacionalidad de nuestro país; y muy en especial a quienes son cristianos, porque constituye una contradicción con la fe profesada. Nosotros también hemos tenido nuestros oficialmente despreciados. Hagamos algo de eso que tanto nos falta porque la tenemos tan corta: memoria.

La pretendida unidad de la nación chilena fue un constructo impuesto por la ideología dominante. Tal como apareció en el informe sobre Desarrollo Humano en Chile del PNUD 2002, desde sus inicios ha habido en Chile agudas contraposiciones. Chile surgió como nación en la más encarnizada de las guerras americanas en el S. XVI. Los indígenas resistieron primero a los españoles y luego a los chilenos por 300 años.

En el citado informe se muestra que los chilenos consideran a los pueblos originarios como base de la raíz cultural del país y no creen que constituyan un obstáculo para su desarrollo. Por el contrario, se muestran favorables a sus reivindicaciones y se oponen a su discriminación. Una encuesta realizada en Santiago en 2001 mostró que el 73% de los santiaguinos piensa que los esfuerzos de los mapuches por recobrar sus tierras y lograr cierta autonomía del Estado chileno son justos. Un 79% no disuadiría a su hijo/a si deseara casarse con un integrante de esta etnia. Por su parte, la Encuesta Nacional del PNUD de 2001 exhibió "tendencias muy significativas que respaldan la hipótesis de que la sociedad chilena valora la importancia cultural de los pueblos originarios" (Informe PNUD 2002, p. 123).

Hacia fines de los '80, los pueblos indígenas, a través de numerosas organizaciones, iniciaron un movimiento de reivindicación de su personalidad étnica con el que señalan al país la necesidad de reconocer su existencia, aceptar sus características culturales y promover la construcción de una sociedad multicultural. Con esto buscan no sólo el control de sus tierras, sino el derecho a coexistir en la sociedad de acuerdo con sus propias pautas culturales. Surge, entonces, el desafío de la diversidad en los términos de una multiculturalidad jurídicamente reconocida al interior de Chile.

En los años '90, el Poder Ejecutivo, haciendo eco a estas demandas, envió al Congreso un conjunto de reformas jurídicas que buscaban el reconocimiento de la plurietnicidad y del derecho de los pueblos originarios a reproducir su cultura y gestionar sus recursos y sistemas de vida. Esta modificación fue rechazada en su momento por el Congreso, específicamente por los parlamentarios de derecha, y vuelta a rechazar -por falta de quórum- en 2001. El Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo, considerado el documento internacional más importante en esta materia, fue enviado en 1991 al Congreso para su ratificación, pero no fue aprobado en esa oportunidad, sino el 2009, ¡18 años después! Algunos parlamentarios de derecha afirmaron en ambos casos que no se les puede otorgar a los indígenas la categoría de pueblos, esto es, sujetos de derechos colectivos. Es decir, la clase que legislaba lo hizo contra la opinión de los encuestados.

Tampoco hay que olvidar que la educación en Chile fue homogeneizante, enseñándo a los chilenos la historia estereotipada del Estado chileno, omitiendo las historias particulares, regionales o de los grupos sociales que no han sido dirigentes y hegemónicos en el Estado nacional. Se aplicó una férrea política de asimilación que llevó a los pueblos originarios al olvido de sus idiomas y al ocultamiento de sus apellidos e identidad por las nefastas consecuencias experimentadas

De ahí que la definición de Chile como un Estado plurinacional en el Art. I, &1 de la Constitución propuesta a nuestra consideración sea un acto de justicia, largamente anhelado, que responde ajustadamente a lo que de hecho, pero no de derecho, ha sido y es nuestro país. No repitamos los errores del pasado.

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