Entre "Satanás" y "Lucho Plátano"

Hemos echado de menos a nuestro delincuente tradicional, pusilánime, huidizo; ese que arrancaba a todo chorro después de haberse apoderado de una gargantilla, tras un tirón, desnudando el cuello de una dama imprudente en al Paseo Ahumada. O de tu celular, mientras hablabas distraído parado en una esquina. O del dinero en efectivo que llevabas en el bolsillo del pantalón, en medio de un mar de challas lanzadas al aire por sus cómplices. Ese que esperaba que no hubiera nadie en casa antes de entrar a robar, para no asustar a los niños. El que te robaba el auto mientras dormías.

El delincuente chilensis, entrando y saliendo de la cárcel a través de la puerta giratoria, con cara de pillo y mirada de tramposo -y a la vez- de seductor. Ese que no quería pelearse con nadie. Ni siquiera con el juez. Ese encantador mago del crimen que en sus ratos libres se arrimaba al Haití en busca de un "cafecito".

Como diría Bombo Fica cargado sobre su muletilla, todo ha cambiado. Es el estilo renovado del narcotráfico, inaugurado por el "Patrón del Mal" hace muchos años, pero tardío en su arribo a nuestra patria. Importaciones a cambio de nuestras cerezas. Ahora está aquí, duro como pata cruda, como venido del otro mundo. Sus representantes llenos de tatuajes y con peinados de futbolista son envidia de nuestras románticas barras bravas.

Estos "new new kids on the block", provistos de armas automáticas de grueso calibre, lanzan fuegos de artificio en las poblaciones y te persiguen kilómetros hasta encerrarte, como en un juego peligroso, una especie de ruleta rusa, porque ellos mismos se exponen en los gajes de su oficio. Y también te matan por encargo, en la encerrona convergente de "Satanás" y "Lucho Plátano".

La policía no se atreve ni a asomarse. Cuando, casualmente, andan por ahí, resultan malheridos. No sabemos cómo enfrentar a estos rudos y audaces muchachos. La tecnología de la delincuencia que hemos importado nos ha tomado mucha distancia, en osadía y cálculo de riesgos. Corremos detrás y muy atrás. Como los nórdicos en las aventuras de Asterix, estos nuevos delincuentes no conocen el miedo. Se ha verificado un cambio épico, sospechosamente irreversible. Nosotros no éramos así, le diremos a nuestros hijos y nietos; menuda escuela esta nueva pedagogía.

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