A lo largo de nuestra historia han existido diferentes términos para referirnos a estos pacientes, conceptos que se han ido actualizando de la mano de los avances de la ciencia. Términos como “débiles mentales” han ido cambiando por palabras más actuales como retrasos del desarrollo psicomotor y otros.
El cambio de los términos técnicos usualmente no se traduce en cambios en los conceptos usados en la sociedad, lo que determina la mantención de estigmas y discriminaciones anacrónicas con nuestros pacientes.
El concepto de demencia senil es uno de los ejemplos más presentes en nuestra sociedad, que viene indudablemente de la dificultad de los profesionales dedicados al tema de explicar de manera cercana y sencilla los conceptos a nivel social.
La idea de la demencia senil proviene de principios del siglo XX, en el cual distintos médicos - semilla de lo que luego se llamarían psiquiatras -, observaron que la población “perdía el juicio” en dos grandes momentos de la vida: en la juventud y en la vejez. Esta distinción generó los conceptos de demencia precoz y demencia senil.
Desde entonces el conocimiento clínico, epidemiológico y neurobiológico de las enfermedades neuropsiquiátricas ha evolucionado, permitiendo que en los casos de demencia precoz hayan podido separarse diagnósticos como esquizofrenia, autismo de alto funcionamiento, trastorno afectivo bipolar entre otros, siendo actualmente un concepto en desuso.
Sin embargo, el concepto de demencia senil sigue usándose en nuestros días, tanto por la población general como por los profesionales de salud, incluso aquellos dedicados a salud mental.
Este término actualmente se encuentra totalmente descartado por dos razones principales. El primero es asociar los cuadros demenciales sólo a la población mayor y el segundo es asumir que toda persona mayor, sólo por el hecho de envejecer, va a presentar inevitablemente una demencia.
Con respecto al primero sabemos que si bien el principal factor de riesgo para el desarrollo de demencias -principalmente por enfermedad de Alzheimer -, es el envejecimiento, existe al menos un 10% de pacientes con demencia que tienen menos de 60 años.
Suele generarse un subdiagnóstico por no tener en nuestra mente siquiera la posibilidad que exista la demencia en pacientes jóvenes.
Estos pacientes requieren un especial cuidado del punto de vista de diagnóstico y tratamiento.
Es necesario un diagnóstico más acabado ya que existen múltiples patologías reversibles e irreversibles que pueden impactar en las funciones cognitivas. En el término del tratamiento requieren intervenciones sociales, médicas y terapeutas diferentes. Dado que es un diagnóstico poco frecuente debe fortalecerse la educación al paciente y su familia, apoyo en el proceso de pensión y otros.
En relación con el segundo punto, el asumir que todos los adultos mayores se van a demenciar, es una fuente de enorme estigma en salud, que suele generar un importante subdiagnóstico y subtratamiento, tendiendo a la normalización de importantes fallas cognitivas y evitando que la persona con demencia y su entorno pudiera acceder a intervenciones que ayuden en su calidad de vida.
Si bien existen fallas cognitivas normales asociadas a la edad, estas suelen ser leves, no corresponden a una patología y no comprometen por definición la independencia del sujeto.
La cantidad de personas mayores de 65 años que presenta un cuadro demencial en nuestro país es de aproximadamente un 7%, que aumenta hasta un 30-40% en pacientes mayores de 80 años.
Esto muestra que si bien la frecuencia es indudablemente alta, la mayoría de los adultos mayores a toda edad no tienen un cuadro demencial.
Es importante reforzar esta idea para evitar el “viejismo” o estigma asociado a la edad, que suele asociarse al nihilismo terapéutico en la vejez, ya sea normalizando las presencia de fallas cognitivas importantes que debieran ser estudiadas o limitando las intervenciones en tratamientos tanto de ésta como de otras enfermedades por asumir que “no tiene sentido” el tratar a estos pacientes. Nada más alejado de la realidad.
Es fundamental entonces ocupar los términos correctos y educar a la población en éstos, no sólo por la fineza técnica sino que por velar por un adecuado manejo de nuestros pacientes y adultos mayores, sin olvidar que debemos tratar de manera no discriminatoria, tal como nos gustaría que nos trataran.
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