Un programa de salud para hombres

¿Alguien se ha preguntado el por qué la inexistencia de un programa de salud para el hombre así como existe uno para la mujer y para todas las etapas del ciclo vital? Si entendemos la equidad de género como la eliminación de aquellas disparidades innecesarias, evitables e injustas entre mujeres y hombres, ¿podríamos plantearnos una discriminación de género en el área de salud?

O dicho de otra forma, ¿es posible que los programas de salud pública y las llamadas políticas de bienestar solo se hayan hecho cargo de las “poblaciones vulnerables” o “más débiles”, entendiendo claramente dentro de ellas a las mujeres, los niños y los senescentes?

El solo hecho de plantearlo pareciera sonar algo extravagante o inclusive irrisorio. Lo cierto es que los hombres han sido educados para mostrarse siempre fuertes, con prohibición de llorar, de aguantarse el dolor y, por supuesto, sin una cultura de consultar si tienen alguna dolencia o enfermedad. Si lo hacen, es porque son llevados por sus mujeres a la consulta del médico.

Entonces la consulta sucede más o menos así: “Buenos días don Juan, cuénteme por qué viene”. Silencio de don Juan. “Mire doctor -dice su señora- traje a mi marido porque en la noche no puede dormir y se cansa mucho”. “Ah, don Juan, cuénteme cómo es eso”. Silencio de don Juan. “Lo que pasa doctor -vuelve la señora- es que mi marido no se cuida, come cualquier cosa, duerme poco…”

Es sabido que los hombres tienen dificultades para reconocer sus necesidades, haciendo crecer en sus cabezas el pensamiento mágico que rechaza la posibilidad de enfermarse, lo que se ve reflejado, por ejemplo, en la diferencia de cobertura de exámenes de medicina preventiva realizados en Chile, aunque están garantizados, sólo el 40% de la población que se lo ha realizado corresponde a hombres.

Al analizar la morbilidad de mujeres y hombres, observamos que la demanda de servicios, la incidencia de episodios agudos de enfermedades y el número de egresos hospitalarios, ocurren con mayor frecuencia en las mujeres, lo que podría traducirse en que los hombres tienen una menor percepción de riesgo y no consultan sino hasta que los problemas de salud se han agudizado y convertido en un inconveniente mayor. Quizás eso influya en el hecho de que las muertes en hombres superan en aproximadamente un punto, a las muertes en mujeres.

Entre las principales causas de muerte masculina podemos encontrar las enfermedades del sistema circulatorio, los tumores y las causas externas, como por ejemplo los accidentes. Ellos tienen mayor tendencia  al sobrepeso, mayor riesgo cardiovascular, y 1,52 veces más riesgo de morir por enfermedades isquémicas del corazón que las mujeres.

Ahora bien, aunque en el área de la salud el sexo masculino y los antecedentes familiares son factores importantes de riesgo que no se pueden modificar, debe considerarse la gran importancia del factor conductual que sí puede cambiarse y permitir así adoptar un modo de vida sano.

Para lograr una mejor salud para los hombres hay que examinar medidas como modificar modalidades de los servicios de atención (Minsal, Situación actual de la salud del hombre en Chile, 2011), ofrecer prestaciones en sus lugares de trabajo, diseñar una política de salud específica del hombre, evaluar la pertinencia de establecer un programa de salud del hombre con enfoque de curso de vida, entre otras.

Dado que las hegemónicas concepciones de masculinidad probablemente tengan relación con la prevalencia de enfermedad en los hombres y su menor esperanza de vida, es importante visibilizar el problema de salud de éstos. En efecto, la construcción social de la masculinidad podría condicionar en forma negativa la calidad de vida de los hombres, las formas de enfermar y de cuidar su salud.

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