El título de esta columna de opinión es el inicio de un refrán que señala que a quien madruga, Dios lo ayuda, haciendo alusión al sacrificio que debemos realizar si queremos tener resultados distintos y alcanzar el tan ansiado éxito. En esta misma sintonía existen otros refranes: "Trabaja mientras otros duermen"; "El gran éxito requiere un mayor sacrificio"; "El éxito no llega por suerte, es el sacrificio y el esfuerzo de días, meses y años de trabajo sin descanso". Todos ellos, y más, me recuerdan al caso de Japón que relataré a continuación.
Después de la Segunda Guerra Mundial, Japón quedó completamente destruido, las consecuencias de las bombas atómicas en su territorio dejaron cicatrices que seguramente nunca desaparecerán. Quedaron en el suelo y llorando la muerte de tantos familiares, amigos y vecinos, pero entendieron que no podían vivir así, que nada conseguían con ello, por lo que se secaron sus lágrimas y pidieron ayuda para volver a levantarse. Se aliaron al Fondo Monetario Internacional y fueron al Banco Mundial a pedir capital de trabajo, dinero para volver a comenzar.
"Qué nos pueden ofrecer a cambio... cuál es la garantía que pueden dejar... no tienen nada, lo perdieron todo". Esta fue la respuesta del Banco Mundial y que por más que doliera, era cierta, no tenían nada que "hipotecar", solo sueños. Todas y todos los que tenemos cuenta en algún banco sabemos que estos no prestan plata a cambio de sueños, pero los japoneses, a diferencia de usted y yo, son descendientes de los samuráis y con esa garantía volvieron a la carga.
"Es cierto, fuimos destruidos por completo, pero aún tenemos vida y con nuestros ancestros de testigos, prometemos que cada uno de nosotros trabajará duro por volver a levantar a su país, no descansaremos, trabajaremos día y noche hasta volver a ser la nación próspera que algún día fuimos".
Fieles a su promesa, con una clara visión compartida y un fuerte y decidido liderazgo, los japoneses trabajaron duro, madrugando y durmiendo poco e impregnando creatividad e innovación a sus procesos y productos. Así, rápidamente sus ingresos comenzaron a subir hasta convertirse en una potencia mundial, ocupando hoy el cuarto lugar en el ranking de los países más ricos del mundo, siendo superados solamente por Estados Unidos, China y Alemania.
El trabajo duro no solo tuvo como consecuencias el aumento de ingresos del país, sino que también cada familia hoy goza de un bienestar económico envidiable, cuentan con dinero para satisfacer sus necesidades básicas, para garantizar el acceso a la salud y asegurar una buena educación para sus hijos en todos los niveles, y no solo eso, también cuentan con recursos para vacacionar fuera del país.
Fantástico, ¿no? "No todo lo que brilla es oro"
El trabajo duro requería de sacrificios, sin descansos, durmiendo poco y limitando la vida privada y familiar, no había tiempo para esas cosas, la recompensa seria mayor, había que alcanzar un nivel de crecimiento económico que permitiera asegurar el futuro, y así como los ingresos subieron y la riqueza aumento, también lo hicieron los casos de suicidio, las rupturas familiares, el alcoholismo y la drogadicción, la delincuencia como un acto de rebeldía más que de necesidad, entre otros tantos indicadores de malestar.
Japón se convirtió en un caso de riqueza sin bienestar, sin felicidad.
Refranes y frases como con los que inicie este escrito no hacen más que propiciar una forma de vida desequilibrada y son el claro ejemplo de las creencias que desde que nacemos nos inculcan para tener "una buena vida".
Desde que nacemos nuestros cuidadores quieren lo mejor para nosotros y comienzan a formarnos para tener una vida "normal", sin sobresaltos, y nos convencen de que la vida que ellos creen ser la mejor, es la mejor: "Nos convertimos en una copia de las creencias de mamá, las creencias de papá, las creencias de la sociedad y las creencias de la religión".
Señala el médico tolteca Miguel Ruiz, haciendo alusión de la formación que nuestros cuidadores nos dan: "El miedo a ser rechazados se convirtió en el miedo a no ser lo bastante buenos y al final, acabamos siendo alguien que no éramos".
La sociedad nos inculca una serie de "creencias" sobre cómo debemos ser y nosotros nos la creemos y la hacemos nuestra, generando prejuicios y preconceptos que nos hacen andar corriendo por la vida, como si estuviéramos compitiendo por ganar algo que no sabemos y perdemos el foco de lo que realmente importa.
Nos levantamos cansados por las mañanas, desmotivados pues quizá hacemos algo que no nos gusta, que no disfrutamos y eso condiciona nuestro estado de ánimo.
¿Somos conscientes de todas las creencias que tenemos? "Nos hablaron una vez cuando niños, cuando la vida se muestra entera, que el futuro, que cuando grandes, ahí murieron ya los momentos, sembraron así sus semillas y tuvimos miedo, temblamos y en eso se nos fue la vida".
Si su respuesta a la pregunta anterior es negativa, le invito a reflexionar sobre ella, pues las creencias que tenemos no solo configuran nuestro comportamiento, sino que también configuran nuestras emociones, son la esencia de nuestras vidas.
Si sus creencias no son la esencia de lo que usted es y son las que deben ser según lo que sus cuidadores y la sociedad un día le dijo, nada lo hará feliz, ni el dinero, pues en esencia quizá está viviendo una vida que no quiere vivir, levantándose temprano para tener más y tomando café y energética para sobrevivir, porque el que madruga anda con sueño todo el día.
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